LA
IGLESIA VIVE DE LA
EUCARISTÍA
CARTA ENCÍCLICA
ECCLESIA DE EUCHARISTIA
DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA EUCARISTÍA
EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
INTRODUCCIÓN
6. Con la
presente Carta encíclica, deseo suscitar este « asombro »
eucarístico, en continuidad con la herencia jubilar que he
querido dejar a la Iglesia con la Carta apostólica Novo
millennio ineunte y con su coronamiento mariano Rosarium
Virginis Mariae. Contemplar el rostro de Cristo, y
contemplarlo con María, es el « programa » que he indicado a la
Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar
adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la
nueva evangelización. Contemplar a Cristo implica saber
reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes
presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y
de su sangre. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de
Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio
de fe y, al mismo tiempo, « misterio de luz ».(3)Cada
vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de
algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: «
Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron » (Lc 24,
31).
7. Desde que
inicié mi ministerio de Sucesor de Pedro, he reservado siempre
para el Jueves Santo, día de la Eucaristía y del Sacerdocio, un
signo de particular atención, dirigiendo una carta a todos los
sacerdotes del mundo. Este año, para mí el vigésimo quinto de
Pontificado, deseo involucrar más plenamente a toda la Iglesia
en esta reflexión eucarística, para dar gracias a Dios también
por el don de la Eucaristía y del Sacerdocio: « Don y misterio
».(4)
Puesto que, proclamando el año del Rosario, he deseado poner
este mi vigésimo quinto año bajo el signo de la contemplación
de Cristo con María, no puedo dejar pasar este Jueves Santo
de 2003 sin detenerme ante el rostro eucarístico » de Cristo,
señalando con nueva fuerza a la Iglesia la centralidad de la
Eucaristía. De ella vive la Iglesia. De este « pan vivo » se
alimenta. ¿Cómo no sentir la necesidad de exhortar a todos a que
hagan de ella siempre una renovada experiencia?