LA
OTRA OPORTUNIDAD
En
el Evangelio de este domingo Jesús toma en consideración dos
noticias de la actualidad de entonces: un grupo de galileos,
de alguna facción independentista, había sido reprimido por
Pilatos, para lección y escarmiento de todo aquel que osara
atentar contra la ocupación romana. Y en segundo lugar, el
derrumbamiento de la torre de Siloé,
cuyo infortunio se cobró 18 víctimas que perecieron
aplastadas.
Entonces,
como ahora, hay muchas muertes de inocentes, cuyo desenlace
no tiene siempre que ver con la vida que llevaban
normalmente. Jesús hace una advertencia: el verdadero riesgo
de malograr la vida, no está en un accidente desgraciado o
en una revuelta represiva, sino en no convertirse, es decir,
en vivir con la mirada y el corazón distraídos,
descentrados: “Si no os convertís, todos pereceréis de la
misma manera”.
Para
Jesús, el ir de agitador revolucionario no supone un motivo
de diferencia ejemplar respecto de los demás galileos. Y el
ir de pacífico transeúnte, como les ocurrió a las víctimas
de la torre de Siloé, tampoco hace a la gente buena por su
neutralidad pacifista. Unos mueren en la refriega, otros en
el accidente. Todos igual de pecadores, dice Jesús. Él no
plantea el elogio al guerrillero manifiesto ni el elogio al
pacífico ciudadano anónimo, sino el elogio de quien ha
vuelto su corazón y todo lo que en él cabe, hacia Dios. Lo
que realmente cuenta para Jesús no es lo que se hace o lo
que se deja de hacer, sino en nombre de quién y con cuál
porqué.
Propone Jesús una parábola que
llena de misericordia su invitación a convertirse. Ante la
desproporción entre la vida a la que somos llamados y la
realidad nuestra de cada día, podemos vernos reflejados en
esa historia que cuenta Jesús de la viña que no daba el
fruto esperado. Es la imagen de nuestra torpeza y lejanía
del designio de Dios. Pero también Jesús es imagen del
viñador bueno, con cuya paciencia llegará a salvar la vida
de su viña.
Convertirse
es aceptar ese cuidado, esa espera y esa atención.
Convertirse es dejarse llevar por Otro, hablar en su Nombre,
continuar su Buena Noticia, dar la vida por, con y como Él.
La conversión no es tanto protagonizar nuestras gestas
salvadoras, cuanto dejarse mirar, dejarse conducir, y
asistir al milagro de que en la convivencia misericordiosa
con Él, nuestra viña perdida, puede ser salvada, y dar el
fruto debido. Esta es la esperanza que nos anuncia Cristo y
que en su Iglesia nos anida.
Mons. Jesús Sanz
Montes, ofm |