LA
IGLESIA VIVE DE LA
EUCARISTÍA
CARTA ENCÍCLICA
ECCLESIA DE EUCHARISTIA
DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA EUCARISTÍA
EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
INTRODUCCIÓN
10. Este deber de anuncio por parte del Magisterio se
corresponde con un crecimiento en el seno de la comunidad
cristiana. No hay duda de que la reforma litúrgica del
Concilio ha tenido grandes ventajas para una participación
más consciente, activa y fructuosa de los fieles en el Santo
Sacrificio del altar. En muchos lugares, además, la adoración
del Santísimo Sacramento tiene cotidianamente una
importancia destacada y se convierte en fuente inagotable de
santidad. La participación devota de los fieles en la procesión
eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es
una gracia de Dios, que cada año llena de gozo a quienes toman
parte en ella. Y se podrían mencionar otros signos positivos de
fe y amor eucarístico.
Desgraciadamente, junto a estas luces, no faltan sombras.
En efecto, hay sitios donde se constata un abandono casi total
del culto de adoración eucarística. A esto se añaden, en
diversos contextos eclesiales, ciertos abusos que contribuyen a
oscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este
admirable Sacramento. Se nota a veces una comprensión muy
limitada del Misterio eucarístico. Privado de su valor
sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor
que el de un encuentro convival fraterno. Además, queda a veces
oscurecida la necesidad del sacerdocio ministerial, que se funda
en la sucesión apostólica, y la sacramentalidad de la Eucaristía
se reduce únicamente a la eficacia del anuncio. También por eso,
aquí y allá, surgen iniciativas ecuménicas que, aun siendo
generosas en su intención, transigen con prácticas eucarísticas
contrarias a la disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe.
¿Cómo no manifestar profundo dolor por todo esto? La Eucaristía
es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y
reducciones.
Confío en que esta Carta encíclica contribuya eficazmente a
disipar las sombras de doctrinas y prácticas no aceptables, para
que la Eucaristía siga resplandeciendo con todo el esplendor de
su misterio.