CAMINAMOS
DESDE LA FE
La
fe está en el centro de nuestra vida cristiana. Toda
persona religiosa vive desde la fe en Dios, tal como lo
conciba.
Desde
la fe en Dios intentamos dar respuesta a las grandes
cuestiones que se plantea el ser humano: su origen y
destino, el problema del mal, el sentido de la vida y de
la muerte... También desde la fe en Dios intentamos
responder a las situaciones buenas o adversas que se
presentan en la vida: el amor, la alegría, la bondad,
el sufrimiento, la enfermedad, la pérdida de seres
queridos...
El
no creyente, el ateo, también busca sentido a las
grandes cuestiones, aunque, con frecuencia, tiene que
acudir al azar, la suerte, el destino... Hay algunos
para los que, hasta los más grandes sentimientos
humanos, como el amor, son producto de reacciones
químicas en el cerebro y el resto del cuerpo.
En
este mundo nuestro, donde tanto valor se da a la
ciencia, a la técnica, a la experimentación; en el que
la realidad se mide por lo que se ve, se toca, se mide,
se pesa, se compra o se vende, no es fácil vivir de fe,
pues una componente necesaria de la misma es fiarse,
también de la fe meramente humana; constantemente nos
estamos fiando de los demás.
El
creyente en Dios, acepta la existencia de un ser
trascendente, principio y fin de todo; al que no se ve,
pero se puede sentir su presencia en las cosas, en las
personas, sobre todo cuando lo buscas sinceramente y con
ganas de encontrarlo.
Así
nos ha presentado la primera lectura a Abraham, como un
hombre de fe que siente la llamada de Dios y se pone en
camino. Y en el camino, en el desierto, en las
situaciones por las que pasa, en las personas con las
que se encuentra, va descubriendo lo que Dios quiere de
él e intenta ser fiel.
Y
el pueblo que él fundo, desde su fe en Dios, supo
escuchar y descubrir que Dios es un Dios que salva, que
libera, que perdona; supo descubrir que Dios es fiel y
cumple lo que promete; que, para llevar a cabo la plena
liberación, la plena salvación, enviaría a su
Mesías.
Porque
Dios, como ha dicho la segunda lectura, "desde
tiempo inmemorial, dispuso darnos su gracia por medio de
Jesucristo".
Y
desde nuestra fe afirmamos que Jesucristo es el Mesías
de Dios, su Hijo único, nuestro Salvador, el Dios hecho
hombre.
La
Trasfiguración pone ante los ojos de los creyentes el
cumplimiento de los planes de Dios.
Jesús
es el Mesías, el Hijo de Dios, el amado del Padre; esto
se expresa mediante los vestidos resplandecientes, el
rostro iluminado y las palabras del Padre: "Este es
mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle".
En
él se cumplen las promesas hechas al pueblo de Abraham,
al pueblo de Israel; por eso aparecen con él Moisés y
Elías.
Los
creyentes, como Pedro, Santiago y Juan, nos quedaríamos
a gusto en ese momento de plenitud, pero aún no es
tiempo.
Para
llegar a ese momento que Jesús ha anticipado, hay que
pasar por entregar la vida en la cruz por todos, aunque
cueste creerlo.
Caminamos
desde la fe hacia la plena visión.