REFLEXIONES  

 


 

REFLEXIÓN - 1

CAMINAMOS DESDE LA FE

La fe está en el centro de nuestra vida cristiana. Toda persona religiosa vive desde la fe en Dios, tal como lo conciba.

Desde la fe en Dios intentamos dar respuesta a las grandes cuestiones que se plantea el ser humano: su origen y destino, el problema del mal, el sentido de la vida y de la muerte... También desde la fe en Dios intentamos responder a las situaciones buenas o adversas que se presentan en la vida: el amor, la alegría, la bondad, el sufrimiento, la enfermedad, la pérdida de seres queridos...

El no creyente, el ateo, también busca sentido a las grandes cuestiones, aunque, con frecuencia, tiene que acudir al azar, la suerte, el destino... Hay algunos para los que, hasta los más grandes sentimientos humanos, como el amor, son producto de reacciones químicas en el cerebro y el resto del cuerpo.

En este mundo nuestro, donde tanto valor se da a la ciencia, a la técnica, a la experimentación; en el que la realidad se mide por lo que se ve, se toca, se mide, se pesa, se compra o se vende, no es fácil vivir de fe, pues una componente necesaria de la misma es fiarse, también de la fe meramente humana; constantemente nos estamos fiando de los demás.

El creyente en Dios, acepta la existencia de un ser trascendente, principio y fin de todo; al que no se ve, pero se puede sentir su presencia en las cosas, en las personas, sobre todo cuando lo buscas sinceramente y con ganas de encontrarlo.

Así nos ha presentado la primera lectura a Abraham, como un hombre de fe que siente la llamada de Dios y se pone en camino. Y en el camino, en el desierto, en las situaciones por las que pasa, en las personas con las que se encuentra, va descubriendo lo que Dios quiere de él e intenta ser fiel.

Y el pueblo que él fundo, desde su fe en Dios, supo escuchar y descubrir que Dios es un Dios que salva, que libera, que perdona; supo descubrir que Dios es fiel y cumple lo que promete; que, para llevar a cabo la plena liberación, la plena salvación, enviaría a su Mesías.

Porque Dios, como ha dicho la segunda lectura, "desde tiempo inmemorial, dispuso darnos su gracia por medio de Jesucristo".

Y desde nuestra fe afirmamos que Jesucristo es el Mesías de Dios, su Hijo único, nuestro Salvador, el Dios hecho hombre.

La Trasfiguración pone ante los ojos de los creyentes el cumplimiento de los planes de Dios.

Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, el amado del Padre; esto se expresa mediante los vestidos resplandecientes, el rostro iluminado y las palabras del Padre: "Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle".

En él se cumplen las promesas hechas al pueblo de Abraham, al pueblo de Israel; por eso aparecen con él Moisés y Elías.

Los creyentes, como Pedro, Santiago y Juan, nos quedaríamos a gusto en ese momento de plenitud, pero aún no es tiempo.

Para llegar a ese momento que Jesús ha anticipado, hay que pasar por entregar la vida en la cruz por todos, aunque cueste creerlo.

Caminamos desde la fe hacia la plena visión.

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

CAMINO DEL TABOR

Para llegar al Monte Santo, atiende a estos imperativos:

"Sal... ". Dispuesto siempre a cortar ataduras, sordo a los cantos de la sirena, sin pactar con el cansancio ni "volver la vista atrás", "fijos los ojos en Jesús" (Hb. 12, 2), verdadero Monte Santo y meta de nuestra peregrinación. "Por tanto... sacudamos todo lastre... y corramos con fortaleza" (Hb. 12, 1).

"Sal de tu tierra y de tu casa", de todo aquello que te es tan conocido y tan querido. Sal también de tu templo, de tus costumbres religiosas, de tus seguridades ideológicas, de tus relaciones mágicas. Sal, porque la fe es un éxodo permanente.

"Sube... " Siempre puedes superarte. ¡Qué satisfacción escalar esa dificultad montañosa que se resiste a tu conquista!: ese servicio, ese compromiso, esa verdad, esa libertad, esa obediencia, esa oración, ese perdón, esa enfermedad, ese desprendimiento... Pero puedes. ¡Cuánto se puede cuando no se puede más! ¡Sube a la verdad más plena, a la fe más pura, al amor más grande, al desprendimiento más radical!

"Escucha... ". Pedro hablaba demasiado, sin saber lo que decía. Como nosotros, casi siempre. Hay que hacer silencio. Y después escuchar las señales de la historia, o los gritos de los hermanos, o la palabra de Dios.

"Baja... ". Porque no se puede estar siempre en la cumbre. Debes volver a los hermanos que caminan y que sufren, y compartir con ellos. ¿No conoces los descensos de Jesucristo?

CARITAS

(mercabá)

 

 

REFLEXIÓN - 3

TRANSFIGURACIÓN O DESFIGURACIÓN

La transfiguración de Jesús --situada en los sinópticos al comienzo del camino de Jesús-- es una glorificación anticipada de la resurrección final. Es la contrapartida de la tentación, el lado opuesto de la desfiguración. El relato de la transfiguración significa la consagración de Jesús como Mesías o Cristo, como nuevo Moisés en el monte de Dios y como segundo Elías que pronuncia y cumple toda profecía, delante de sus discípulos (lo ven orante) y de Dios (la voz del cielo y la nube).

El «rostro resplandeciente» de Jesús y sus «vestidos blancos» son sinónimos de resurrección, de disfrute de la gloria de Dios.

La palabra gloria es empleada popularmente como algo maravilloso que nos hace felices: «esto da gloria», «es gloria bendita», «estamos en la gloria»... Pero que nadie se gloríe con orgullo, fanfarronería o jactancia; eso es «vanagloria». El cristiano puede gloriarse en Dios por Jesucristo. Evidentemente podemos aspirar a la gloria y, de hecho, la deseamos para todos y, muy en concreto, para el difunto: «que en gloria esté», es decir, que disfrute de la gloria de Dios. La gloria es, en definitiva, manifestación de Dios.

El relato de la transfiguración de Jesús, después del episodio de las tentaciones (evangelios de los dos primeros domingos de Cuaresma) nos muestra el camino de los cristianos a la gloria, no sólo la definitiva, sino también la que debemos vivir y compartir ahora. Supone vencer la tentación o las pruebas en el desierto de la vida; subir al monte a contemplar, a celebrar; ir con hermanos creyentes y con Jesús en comunidad; escuchar la palabra de Dios; gozar de la presencia salvadora del Señor; bajar de la montaña para caminar con el pueblo en el valle finalmente, compartir la experiencia vivida a su debido tiempo, en el momento oportuno, mediante el testimonio. La transfiguración es un relato de aliento ante las desfiguraciones que se dan constantemente en la vida.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Buscamos la gloria de Dios o nuestra propia gloria? ¿Cuándo hay gloria en este mundo?

CASIANO FLORISTAN