ACOGER
LA LUZ
En
tiempos de Jesús no existía la O.N.C.E., ni el cupón
para mantenerla. No había escuelas para aprender el
"braille", ni los avances tecnológicos en el
campo de la visión.
El
ciego de nacimiento era una persona totalmente desvalida. Estaba en el mundo, pero sin ver el mundo,
expuesto a tropiezos y caídas, a sufrir las vejaciones
de los niños, a depender para todo de los demás. Es
verdad que el ciego tiene un sexto sentido, pero no es
lo mismo que ver. La mendicidad era su destino.
Aquel
ciego con el que se encuentra Jesús va a servir para
dar a sus discípulos una buena enseñanza, que también
la aprenderá el ciego.
No
está ciego porque él o sus padres cometieron algún
pecado y ese fue el castigo, según una creencia común,
sino para que en él se manifiesten las obras de Dios.
Y
las obras de Dios son que él ha enviado a su Hijo al
mundo para que sea luz del mundo, para que ya no vayamos
como ciegos por la vida, para que veamos y sepamos cuál
es el camino que nos lleva hasta la casa del Padre; para
que sepamos cuál debe ser el comportamiento que debemos
tener en nuestras relaciones con Dios y con los demás.
Quien
acoge a Cristo, acoge la luz y debe caminar como hijo de
la luz, como nos decía San Pablo en la segunda lectura:
"Toda bondad, justicia y verdad son fruto de la
luz".
Nuestro
mundo es un entretejido de luz y tinieblas; nuestro
entorno es un entretejido de luz y tinieblas; nosotros,
cada uno, somos un entretejido de luz y tinieblas.
¿Cómo
puedo distinguir la luz de las tinieblas? Dependerá de
cómo orientamos nuestra vida y, por lo tanto, nuestros
comportamientos.
Si
la vida la orientamos hacia nosotros mismos, buscando
únicamente nuestros intereses, nuestras seguridades,
nuestras comodidades, como los padres del ciego del
Evangelio, qué poco brilla en nosotros la luz de
Cristo.
Las
pequeñas cosas a las que apegamos nuestro corazón:
nuestros bienes, nuestra posición social, las
comodidades, algunas personas..., son pequeñas luces de
vela que iluminan un momento o una circunstancia, pero
no son la Luz, con mayúscula, que ilumina el camino
para siempre con luz de día.
Cuando
Cristo es nuestra luz, la existencia se llena de sentido
nuevo, todo se orienta desde él y hacia él y nuestra
vida se hace testimonio y cercanía; se hace seguimiento
y entrega de la vida por los demás, como él.
Que
la fe que vamos a proclamar, como el ciego, "Creo,
Señor" y la comunión que vamos a recibir, nos
llene cada día más de la luz de Cristo, para que,
llenos de su luz, caminemos sin tropiezos e iluminemos
el camino de quienes van como ciegos por la vida.