El
tiempo
de
Navidad termina
en la
fiesta del bautismo
del Señor;
este momento
de
la
vida
de
Cristo indica el comienzo de su
llamada
«vida
pública»
y da final
a
unos treinta
años de existencia
sencilla
y trabajadora,
después
de los
episodios
más reveladores
de
la
infancia
que han sido
celebrados
en las
fechas pasadas
inmediatas.
El bautismo
administrado
por
Juan
a Jesús en el Jordán
es un momento
esencial para
comprender
el Evangelio.
Los
apóstoles
comenzaban
la narración
de los hechos y dichos
del Señor a partir de este
acontecimiento (2), interpretándolo como la unción mesiánica
del que sería llamado por eso «El Ungido» (Cristo) por el
Espíritu Santo, consagrado para una misión predicha
frecuentemente en los profetas, sobre todo en lsaías (1ª
lectura).
Los cuatro evangelios relatan
este episodio; y así,
a los
textos fijos se añaden evangelios para los tres ciclos
conforme a los Sinópticos Mateo (A), Marcos (B) y Lucas (C).
De cara a los
cristianos esta fiesta presenta a Jesús como aquel a quien
se ha
de escuchar y seguir, completando en cada tiempo su misión,
porque hemos recibido también su Espíritu en la Iniciación
cristiana; por lo que hemos de pedir la perseverancia continua
en el
cumplimiento de nuestro compromiso bautismal y de la voluntad
del Padre (C).
El bautismo de Jesús es, finalmente,
una gran epifanía trinitaria: del Padre que muestra al Hijo ante el mundo
y
lo consagra con el
Espíritu.