REFLEXIONES  

 


 

REFLEXIÓN - 1

LA MARCA DE CRISTO

Hoy hay tantos engaños, tantas falsificaciones, tanta piratería, que siempre pedimos la garantía, el certificado de calidad, el sello que nos asegure la autenticidad.

Ropa, alimentos, electrodomésticos, informática, discos... hay que ir con pies de plomo si no quieres que te engañen, y más en este tiempo de rebajas; y, aun con todo el cuidado, te engañan.

¿Y qué tiene que ver esto con el Bautismo del Señor?

Diríamos que el Bautismo de Jesús es la garantía, el sello de autenticidad de que Jesús es el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios que viene a salvar al mundo; que Jesús no es una falsificación, un impostor, un palabrero cualquiera.

En el Bautismo de Jesús hay quien certifica, quien da la cara por él; y es nada menos que Dios Padre y el Espíritu Santo que desciende sobre él. Y el Padre dice poco, pero suficiente: "Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto".

¿Queremos más certificado de garantía?

A partir de este momento Jesús comienza la tarea que el Padre le ha encomendado de proclamar la Buena Noticia de que ha llegado la salvación; como decía Isaías en la primera lectura: ha llegado el que es la luz de las naciones, el que viene a abrir los ojos de los ciegos, a sacar a los cautivos de las mazmorras, aunque, para ello, tenga que dar su propia vida en la cruz como un malhechor.

También a nosotros nos marcaron en el bautismo con el sello de Cristo, con el Santo Crisma. Nuestra vida se unió a Jesucristo para ir asemejándonos cada vez más a él.

También Dios dijo sobre cada uno de nosotros: "Este es mi hijo"; y también Dios nos dio su Espíritu para unirnos a la misión del Hijo.

Hoy somos cada uno de nosotros los que, de palabra y obra, hemos de dar testimonio de la salvación que hemos recibido por el bautismo. No tenemos que avergonzarnos de ser cristianos, y menos ahora en una sociedad cada día más descreída.

Hoy se debe notar el sello, la marca que se nos imprimió en el bautismo, porque, como Jesús, pasamos por el mundo haciendo el bien, porque estamos cercanos a los oprimidos, porque somos gentes de paz, diálogo y concordia, porque la luz de Cristo que hay en nosotros, ilumina a los que caminan por sendas oscuras.

Nuestra vida será la que dé valor a la marca de Cristo que recibimos en el bautismo.

Pidamos al Señor en la Eucaristía que, al alimentarnos del Pan de su Palabra y de su Cuerpo y Sangre, se afiance en nosotros la fe que recibimos y llevemos con orgullo la marca de Cristo.

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

EL BARCO QUE NUNCA ZARPÓ

En cierta ocasión toda una población portuaria se encontraba reunida al borde de un astillero. No era para menos: un gran barco iba a ser bautizado para comenzar su andadura por las aguas del mar. Todo estaba preparado; autoridades y banderas, mesas y luces, invitados y fotógrafos, música, flores…

Y llegó el momento culminante. Después de las palabras de bienvenida, con gran emoción, la autoridad correspondiente, soltó en simbólico acto el cava que fue a estrellarse en el lugar señalado y con total precisión.

Los aplausos y los cohetes no se hicieron esperar. No era para menos: ¡un nuevo barco en nuestro puerto! (gritaba orgulloso el vecindario). La sorpresa y la incertidumbre llegaron cuando (después de la fiesta y de la pólvora, de los himnos y los consabidos abrazos efusivos, de las fotos y de la colosal comida popular) el barco por distintas circunstancias se resistió a adentrarse en el mar y quedó totalmente encasquillado sobre unas vías preparadas para la ocasión. La decepción se hizo, todavía más mayúscula, cuando en un desesperado intento por empujar el buque hacia el océano se inclinó de tal manera que se agrietó todo su casco quedando sentenciado su futuro para siempre.

Al pensar y redactar esta parábola me acuerdo del bautismo que muchos de nosotros hemos recibido y, otros tantos hoy, lo siguen recibiendo. Lo hacemos, al igual que la botadura de esa embarcación, rodeados de flores y de focos, de luces y de fiesta. Mi pregunta es: ¿Y luego?... ¿nos adentramos en la misión de todo cristiano o nos quedamos en la orilla de ese bautismo? Malo será que pongamos tanto énfasis en el momento del "chapuzón sacramental" que nos olvidemos del horizonte que nos exige y al que nos llama.

Porque, en realidad, el bautismo no se queda en el agua que cae sobre nuestras cabezas. Continúa y se consolida en el día siguiente cuando, sintiéndonos hijos de Dios, trabajamos para que su Reino sea una pronta realidad en nuestra tierra. Es como aquel puente que no se sabe si es bueno o malo, si está bien o si tiene carencias hasta que no se pone a prueba su resistencia.

Porque, en realidad, el bautismo que recibimos no acaba cuando somos inscritos en el libro de los elegidos y, en cambio, si empieza cuando nos comprometemos llevando con nuestras manos la luz de la fe a todos los que nos rodean y, por supuesto, creciendo interiormente en la de cada uno.

 Javier Leoz

 

 

REFLEXIÓN - 3

EL RETRATO DEL ENVIADO

Hoy es el último día del tiempo de Navidad. La "manifestación" de Dios y su acercamiento a nuestra historia han tenido etapas sucesivas: la espera del Adviento, el gozo del Nacimiento, la fiesta de la Madre, la invitación a los pueblos paganos en los Magos... Ahora, con el Bautismo de Jesús en el Jordán, se completa esta manifestación y se proclama su misión de Mesías ante todo el pueblo.

El bautismo de Jesús es una escena importante en el evangelio: en él se nos anuncia claramente que Jesús es el predilecto de Dios, su Mesías y Enviado, lleno de su Espíritu, dispuesto a iniciar su misión de Maestro y Salvador.

Isaías ha hecho como un retrato profético en el "canto del Siervo" que hemos leído: "mirad a mi Siervo, mi Elegido, a quien prefiero: sobre él he puesto mi Espíritu, para que traiga el derecho a las naciones....".

Lucas en el evangelio nos ha dicho cómo se cumple este retrato de Jesús de Nazaret. Se abre el cielo (¿no ha sido todo el tiempo de Navidad la celebración de cómo se ha abierto el cielo y cómo Dios ha querido hacerse de nuestra historia?), se oye la voz de Dios: "tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto" (la misma descripción de Isaías) y baja el Espíritu sobre él (también el profeta decía que sobre el Siervo descendía el Espíritu de Dios).

El que es llamado por Dios y enviado a una misión recibe, en la Biblia, para que pueda cumplir bien esta misión, la fuerza y el Espíritu de Dios. Aquí, Jesús inaugura el ejercicio oficial de su vocación mesiánica: su Bautismo es una verdadera teofanía y epifanía de Jesús como Mesías, Profeta y Salvador.

Después del tiempo de Navidad, la fiesta del Bautismo de Jesús es como un puente de unión, como el programa para todos los domingos del nuevo año. Escucharemos la voz del Enviado de Dios, no de un profeta cualquiera. El Jesús que se nos ha manifestado en la Navidad o en Epifanía, va a ser nuestro Maestro, de parte de Dios. Hoy comienza su misión.

Isaías describe el estilo de actuación del futuro Siervo: "no gritará, no voceará por las calles...." El elegido de Dios trabajará a favor de la justicia y el derecho. Pero lo hará con un estilo propio: no con la violencia, no a gritos, sino con suavidad. La caña que está a punto de romperse, no la acabará de quebrar. Al contrario, la ayudará a mantenerse. Abrirá los ojos de los ciegos, libertará a los cautivos...

Es exactamente el retrato que nos hace Pedro en la segunda lectura y el que aparece a lo largo del evangelio: Jesús "pasó haciendo el bien". Siempre comprensivo y servicial, cercano a los débiles y los marginados. La misión mesiánica, de parte de Dios, y lleno de su Espíritu, la cumple Jesús curando a los enfermos, consolando a los atribulados, perdonando a los pecadores, resucitando a los muertos, enseñando y proclamando a todos la buena noticia de la salvación.

En el evangelio de hoy, Lucas nos dice cómo Jesús, aun sin tener pecado, se pone en fila con los que acuden a recibir el Bautismo de la conversión en el Jordán: es la solidaridad con los pecadores y con toda la humanidad que empezó ya en su Nacimiento, que sigue en esta escena, y que culminará con su Muerte en la Cruz.

J. ALDAZÁBAL (+)

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