DERRIBAR
O RECONSTRUIR
Se
dice frecuentemente: "Mejor es separarse que vivir
todos los días en discusiones, broncas, malos
tratos..."; "Si es malo para los niños unos
padres separados, peor es que vean en la casa las
discusiones y los enfrentamientos".
¿Para
qué un matrimonio por la Iglesia que, después, no se
puede deshacer?; ¿Para qué un matrimonio civil si,
después, lleva tanto trabajo el divorciarse?
Lo
mejor, dicen otros, es la pareja de hecho: nos queremos,
nos gustamos, nos juntamos; nos hemos cansado uno del
otro, nos separamos. Pero, eso sí, con los derechos
civiles y sociales de cualquier matrimonio.
O,
como decían aquellos, "¿Qué importa el sexo si
el amor es puro?, ¿por qué no podemos los homosexuales
y las lesbianas unirnos en matrimonio, tener relaciones
sexuales, formar nuestras
familias y adoptar los hijos?
Estos
temas están presentes todos los días en cualquier
tertulia de la radio o de la televisión.
Qué
pocas veces se oyen o ven tertulias que presenten y
defiendan caminos para que las familias permanezcan
unidas, para que se rehagan cuando tambalean, para que,
en ellas, todos vayan creciendo como personas, cada uno
en su lugar.
Y
quede claro: cuando las familias tambalean y se
desmoronan, se tambalea y se desmorona la sociedad.
Absentismo
y fracaso escolar, mala educación, niños callejeros,
delincuencia juvenil, drogas..., estudiemos los casos y
veremos que la vida que se lleva en las familias tiene
mucho que decir.
En
las familias, como en la sociedad, está mandando la ley
del péndulo: de un extremo al otro; de una familia
autoritaria paterna que encorseta a todos y anula
personalidades, a una familia en la que padres e hijos
han hecho dejación de sus funciones, y éstas han sido
asumidas por la calle, los medios de comunicación
social, los amigos, los grupos, la sociedad de consumo y
hasta el mismo estado; y los resultados no son siempre
positivos, al contrario.
Es
más fácil derribar que reconstruir y muchos han tomado
este camino. A veces el deterioro es tan grande que no
hay otro remedio.
No
hay que dar lugar a que la familia se desmorone y, para
ello, la Palabra de Dios de hoy nos marca algún camino,
que no es fácil, pero que es necesario: el respeto
entre todos y la aceptación del lugar y las
responsabilidades que cada uno tiene en la familia.
Y
la lista de actitudes que nos presenta San Pablo no
tiene desperdicio: el uniforme: la misericordia, la
bondad, la humildad, la dulzura y la comprensión;
sobrellevarse y perdonarse, como el Señor nos perdona a
nosotros. Todo ello unido por el amor y buscando siempre
la paz, no el enfrentamiento.
Y,
como por el pecado, esto nos cuesta mucho, vivir la fe
personal, familiar y comunitariamente, pidiéndole
fuerzas a Dios.
No callemos el
anuncio cristiano del valor y la necesidad de la
familia, padre, madre e hijos, unidos por amor en
matrimonio estable y de su importancia como fundamento
de la sociedad.