El nuevo josefinismo: de comuniones y de leyes del aborto
Este emperador dio normas detalladas sobre aspectos tan minuciosos como el número de velas que debían encenderse en las Misas o el orden en que debían circular los clérigos en las procesiones. Se comprende que este monarca haya pasado a la historia con el pseudónimo de rey sacristán, o que sus enemigos le motejaran como el Sacristán Mayor del Imperio. Cualquiera diría que esta doctrina había quedado enterrada en los libros de historia hace más de dos siglos. Sin embargo, en pleno siglo XXI estamos asistiendo a un extraño repunte de josefinismo.
En
efecto, desde hace varios meses estamos viendo en nuestro país un agrio
debate sobre la ley de ampliación del aborto. Últimamente ha intervenido
Mons. Martínez Camino, recordando que los diputados que voten a favor de la
anunciada ley se hallan en situación de pecado público, y que en
consecuencia se les debe negar la comunión, o que la doctrina que considera
el aborto como intrínsecamente inmoral es definitiva y su negación tiene
sanciones en
Pienso que a nadie le debería llamar la atención que un obispo recuerde las
normas sobre la administración de un sacramento o qué doctrinas son
heréticas. Lo sorprendente es la reacción de ciertos políticos. Se ha
hablado de “intromisión impropia” de las funciones de la jerarquía
eclesiástica que no debe atreverse a hablar de “las materias que deben ser
objeto de regulación legislativa”, se dice que Cómo disfrutaría el emperador José II si se levantara de su tumba. Vería el espectáculo de que los políticos quieren decirle a los obispos lo que deben predicar, que las Cortes quieren regular cuándo se puede comulgar y cuándo debe denegar la comunión el sacerdote y que ahora son los partidos los que quieren definir las doctrinas que son heréticas.
No,
los políticos no tienen nada que decir sobre el derecho de los fieles a
recibir la comunión. Es También los católicos sabemos que Juan Pablo II, revestido de la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus Sucesores, declaró “que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral” Juan Pablo II, Enc. Evangelium Vitae, n. 58).
Pedro
María Reyes Vizcaíno
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