EL
MEJOR CAMINO
Algunos
dicen que el mejor sistema de convivencia es la
anarquía, la ausencia de jefes y leyes.
Sería
fantástico no necesitar ni jefes ni leyes porque cada
uno responde de sus actos, respeta a los demás, busca
el bien de la colectividad, poniéndose a sí mismo sus
propios límites. Sería vivir la propia libertad desde
el derecho a la libertad de los demás.
Una
verdadera anarquía no es hacer lo que a uno le venga en
gana sin jefes, leyes ni cortapisas, sin límites, sin
respeto a los demás.
La
verdadera anarquía es una utopía, pues en la convivencia
humana no se puede prescindir de la realidad del pecado, del
egoísmo, del ansia de estar por encima de los demás y
dominarlos.
Es
verdad que se necesitan sistemas de gobierno, personas y
leyes que ordenen la convivencia en aras del bien común.
También es verdad que personas y grupos utilizan el
gobierno y las leyes para subyugar a los demás, para
imponer sus ideologías, para oprimir y explotar a los
pueblos.
Desde
nuestra visión cristiana sólo las leyes y gobiernos que se
inspiren en la ley de Dios verán crecer y desarrollarse a
sus pueblos en paz y libertad, en armonía y respeto, en la
alegría de caminar juntos sin que nadie se quede atrás.
Y
la ley de Dios está fundamentada en el amor, porque Dios
mismo es Amor; un amor que da por adelantado y da lo que
más quiere, su propio Hijo, que se entrega hasta la muerte
para el perdón de los pecados y para que podamos llevar una
vida nueva.
Y
permanecer en el amor de Dios y de Cristo es guardar los
mandamientos.
La
palabra "mandamiento" nos suena a ley a
imposición y lo que se hace por imposición no expresa amor
y libertad.
Cuando
acojo libremente los mandamientos de Dios, acepto libremente
el camino que Él me indica para vivir en el amor, para
desarrollarme a su imagen, como amor.
Cuando
entiendo los mandamientos como una imposición, como mucho,
los cumplo, pero no vivo en el amor.
Ya
en el Sinaí, los mandamientos indicaban el camino para una
convivencia fuerte, respetuosa, fraterna, de unión con Dios
y con los demás.
Jesús
los sintetizó: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a ti mismo.
Y
al final del evangelio de hoy hemos escuchado: "Esto os
mando: que os améis unos a otros".
Por
eso una convivencia humana fundamentada en el amor,
entendido como entrega, respeto, preocupación por los
demás, especialmente los más débiles y desprotegidos, es
fuente de alegría, de fraternidad, que es superación de la
amistad, de libertad, porque ya nadie es siervo, todos somos
hijos del mismo Padre, Dios.
"No
me habéis elegido vosotros a mí, soy yo quien os he
elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis
fruto y vuestro fruto dure". Este mensaje de que es
posible una vida fundamentada en el amor, se puede quedar en
palabras si no se ha hecho vida, si no hay fruto; sería una
utopía más.
Cuando
dentro de la Iglesia, en nuestras comunidades cristianas
vivamos de esta manera, podremos indicarle al mundo, con
autoridad, cómo de debe vivir. Nuestra vida fortalece
nuestro mensaje.
La
Eucaristía robustece nuestra fe y nos impulsa a la
comunión fraterna en el amor; nos compromete a ser
testigos, con nuestras obras, de lo que celebramos: el amor
de Dios hecho, en el Hijo, entrega hasta la muerte por
nuestra salvación.
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