INSTRUCCIÓN GENERAL DEL
MISAL ROMANO
Capítulo IV
DIVERSAS FORMAS DE
CELEBRAR LA MISA
II. LA MISA CONCELEBRADA
Liturgia Eucarística
Rito de la comunión
243. Después, el celebrante principal
toma el Hostia consagrada en esa misma Misa, y teniéndola un
poco elevada sobre la patena o sobre el cáliz, vuelto hacia el
pueblo dice: Éste es el Cordero de Dios, y prosigue con
los concelebrantes y con el pueblo, diciendo: Señor, no soy
digno.
244. En seguida, el celebrante
principal, vuelto hacia el altar, dice en secreto: El Cuerpo
de Cristo me guarde para la vida eterna, y come
reverentemente el Cuerpo de Cristo. Del mismo modo hacen los
concelebrantes, dándose ellos mismos la Comunión. Después de
ellos, el diácono recibe del celebrante principal el Cuerpo y la
Sangre del Señor.
245. La Sangre del Señor se puede tomar
o bebiendo directamente del cáliz o por intinción, o con una
cánula, o con una cucharilla.
246. Si la Comunión se recibe bebiendo
directamente del cáliz, puede emplearse uno de estos modos:
a) El celebrante principal de pie,
al centro del altar toma el cáliz y dice en secreto: La
Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna y bebe un
poco de la Sangre del Señor y entrega el cáliz al diácono o
a un concelebrante. Después distribuye la Comunión a los
fieles (cfr. núms.160 -162).
Los concelebrantes, uno tras otro, o
de dos en dos, si se emplean dos cálices, se acercan al
altar, hacen genuflexión, beben la Sangre, limpian el borde
del cáliz y vuelven a sus asientos.
b) El celebrante principal en el
centro del altar, de la manera acostumbrada bebe la Sangre
del Señor.
Pero los concelebrantes pueden beber
la Sangre del Señor permaneciendo en sus lugares y bebiendo
del cáliz que les ofrece el diácono o un concelebrante, o
también pasándose seguidamente el cáliz. El cáliz siempre
se purifica o por el mismo que bebe o por quien presenta
el cáliz. Cuando cada uno haya comulgado vuelve a su
asiento.
247. En el altar, el diácono bebe
reverentemente toda la Sangre de Cristo que quedó, ayudado, si
es el caso, por algunos concelebrantes; después traslada el
cáliz a la credencia y allí él mismo, o el acólito ritualmente
instituido, lo purifica, lo seca y lo arregla (cfr. n. 183).
248. La Comunión de los concelebrantes
también puede ordenarse de manera que cada uno comulgue
en el altar el Cuerpo e inmediatamente después la Sangre del
Señor.
En este caso, el celebrante principal
toma la Comunión bajo las dos especies como de costumbre (cfr.
n. 158), observando, sin embargo, el rito para la Comunión del
cáliz elegido en cada caso, que seguirán los demás
concelebrantes.
Terminada la comunión del celebrante
principal, se deja el cáliz a un lado del altar sobre otro
corporal. Los concelebrantes se acercan uno tras otro al centro
del altar, hacen genuflexión y comulgan el Cuerpo del Señor;
pasan después al lado del altar y beben la Sangre del Señor,
según el rito escogido para la Comunión del cáliz, como se dijo
antes.
De la misma manera, como se dijo antes,
se hacen también la Comunión del diácono y la purificación
del cáliz.
249. Si la Comunión de los
concelebrantes se hace por intinción, el celebrante principal
sume el Cuerpo y la Sangre del Señor de la manera acostumbrada,
teniendo cuidado, sin embargo, de que en el cáliz quede
suficiente cantidad de la Sangre del Señor para la Comunión de
los concelebrantes. Después el diácono, o uno de los
concelebrantes, dispone de modo apropiado el cáliz en el medio
del altar, o a un lado, sobre otro corporal, junto con la patena
que contiene las partículas de Hostias.
Los concelebrantes, uno tras otro, se
acercan al altar, hacen genuflexión, toman una partícula, la
mojan en parte en el cáliz y, poniendo el purificador
debajo de la boca, comen la partícula mojada y, en seguida, se
retiran a sus sitios como al inicio de la Misa.
También el diácono recibe la Comunión
por intinción, el cual responde Amén al concelebrante
quien le dice: El Cuerpo y la Sangre de Cristo. El
diácono, por otra parte, bebe en el altar toda la Sangre que
quedó, ayudado, si es el caso, por algunos concelebrantes;
traslada el cáliz a la credencia y allí él, o un acólito
ritualmente instituido, como de costumbre, lo purifica, lo seca
y lo arregla.