"CREO EN DIOS, PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO"
Muchas personas se
están haciendo su propio credo: Creo en el dios
dinero todopoderoso...; creo en el poder, con el que
domino toda la tierra...; creo en el tener, pues en
mis cosas estoy seguro...; creo en mí como único
señor...; creo en este mundo como el único real y
definitivo...
Para muchos sólo
existe lo que se toca, lo que se mide, lo que se
pesa, lo que se compra o se vende.
Muchos dicen con
Santo Tomás: "Si no lo veo, no lo creo", "si no meto
el dedo..., si no meto la mano...". Pero ya no
llegan al "Señor mío y Dios mío".
Y todo este
pensamiento, toda esta filosofía de vida, se nos va
metiendo por los poros a los que nos decimos
creyentes cristianos.
Y el cristiano vive
de la fe, que después se tendrá que hacer vida y
testimonio.
La fe es creer más
allá de lo que se ve, de lo que se palpa, de lo que
se mide, de lo que se compra o se vende.
Nuestra fe es
creer, aceptar, es fiarse de que por encima del dios
dinero, hay un Padre Todopoderoso, creador del cielo
y de la tierra; que por encima del Dios poder, hay
un Dios que, en Jesucristo, se ha despojado de su
propio rango divino y se ha hecho uno de nosotros,
igual en todo menos en el pecado, el servidor de
todos; que por encima del tener, nuestro Dios,
encarnado en Jesucristo, se ha hecho pobre, se ha
puesto en el último lugar, ha dado la vida por
nosotros. Nuestra fe es creer, aceptar, fiarse de
que, siendo Él el único Señor, nos ha sentado a su
lado y nos ha hecho hijos y herederos, herederos de
un Reino que no tendrá fin.
Ante este gran
misterio, la primera reacción es la de Tomás: "Si no
veo..."
Pero recordemos las
palabras de Jesús: "¿Porque me has visto has creído?
Dichosos los que crean sin haber visto".
Y la fe nos lleva a
la vida: una vida en consonancia con la vida y las
palabras de aquel en quien creemos. Es el mensaje de
la primera lectura. Los primeros cristianos daban la
cara sin miedo, sin vergüenza; se reunían en el
templo; aunque muchos no se atrevían a juntárseles,
hablaban bien de ellos. Veían en ellos a Jesús y les
sacaban, como a él, los enfermos para que los
curaran.
Hoy necesitamos
vigorizar nuestra fe y nuestra vida cristiana. Hoy
necesitamos rezar insistentemente: "Creo, Señor,
pero aumenta mi fe", "Señor mío y Dios mío".
Las apariciones de
Jesús resucitado solían ser "el primer día de la
semana", el domingo, y en un contexto eucarístico.
Hoy también, el
Resucitado, está en medio de nosotros. También nos
dice: "Paz a vosotros", nos da su Espíritu para ser
sus testigos.
Digámosle desde lo
más profundo de nuestra fe: "Señor mío y Dios mío".