LA
IGLESIA VIVE DE LA
EUCARISTÍA
CARTA ENCÍCLICA
ECCLESIA DE EUCHARISTIA
DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA EUCARISTÍA
EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
CAPÍTULO I
MISTERIO DE LA FE
13. Por su íntima relación con el
sacrificio del Gólgota, la Eucaristía es sacrificio en
sentido propio y no sólo en sentido genérico, como si se
tratara del mero ofrecimiento de Cristo a los fieles como
alimento espiritual. En efecto, el don de su amor y de su
obediencia hasta el extremo de dar la vida (cf. Jn 10,
17-18), es en primer lugar un don a su Padre. Ciertamente es un
don en favor nuestro, más aún, de toda la humanidad (cf. Mt 26,
28; Mc 14, 24; Lc 22, 20; Jn 10, 15), pero don
ante todo al Padre: « sacrificio que el Padre aceptó,
correspondiendo a esta donación total de su Hijo que se hizo
“obediente hasta la muerte” (Fl 2, 8) con su entrega
paternal, es decir, con el don de la vida nueva e inmortal en la
resurrección ».(18)
Al entregar su sacrificio a la Iglesia,
Cristo ha querido además hacer suyo el sacrificio espiritual de
la Iglesia, llamada a ofrecerse también a sí misma unida al
sacrificio de Cristo. Por lo que concierne a todos los fieles,
el Concilio Vaticano II enseña que « al participar en el
sacrificio eucarístico, fuente y cima de la vida cristiana,
ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos con ella ».(19)
14. La Pascua de Cristo incluye, con la
pasión y muerte, también su resurrección. Es lo que recuerda la
aclamación del pueblo después de la consagración: «
Proclamamos tu resurrección ». Efectivamente, el sacrificio
eucarístico no sólo hace presente el misterio de la pasión y
muerte del Salvador, sino también el misterio de la
resurrección, que corona su sacrificio. En cuanto viviente y
resucitado, Cristo se hace en la Eucaristía « pan de vida » (Jn 6,
35.48), « pan vivo » (Jn 6, 51). San Ambrosio lo
recordaba a los neófitos, como una aplicación del acontecimiento
de la resurrección a su vida: « Si hoy Cristo está en ti, Él
resucita para ti cada día ».(20)
San Cirilo de Alejandría, a su vez, subrayaba que la
participación en los santos Misterios « es una verdadera
confesión y memoria de que el Señor ha muerto y ha vuelto a la
vida por nosotros y para beneficio nuestro ».(21)