LA
IGLESIA VIVE DE LA
EUCARISTÍA
CARTA ENCÍCLICA
ECCLESIA DE EUCHARISTIA
DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA EUCARISTÍA
EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
CAPÍTULO I
MISTERIO DE LA FE
16. La eficacia salvífica del sacrificio se
realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la
sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se
orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo
mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha
ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por
nosotros en la Cruz; su sangre, « derramada por muchos para
perdón de los pecados » (Mt 26, 28). Recordemos sus
palabras: « Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo
vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí » (Jn 6,
57). Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en
relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente. La
Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se
ofrece como alimento. Cuando Jesús anuncia por primera vez esta
comida, los oyentes se quedan asombrados y confusos, obligando
al Maestro a recalcar la verdad objetiva de sus palabras: « En
verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del
hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros » (Jn 6,
53). No se trata de un alimento metafórico: « Mi carne es
verdadera comida y mi sangre verdadera bebida » (Jn 6,
55).
17. Por la comunión de su cuerpo y de su
sangre, Cristo nos comunica también su Espíritu. Escribe san
Efrén: « Llamó al pan su cuerpo viviente, lo llenó de sí mismo y
de su Espíritu [...], y quien lo come con fe, come Fuego y
Espíritu. [...]. Tomad, comed todos de él, y coméis con él el
Espíritu Santo. En efecto, es verdaderamente mi cuerpo y el que
lo come vivirá eternamente ».(27)La
Iglesia pide este don divino, raíz de todos los otros dones, en
la epíclesis eucarística. Se lee, por ejemplo, en la Divina
Liturgia de san Juan Crisóstomo: « Te invocamos, te rogamos
y te suplicamos: manda tu Santo Espíritu sobre todos nosotros y
sobre estos dones [...] para que sean purificación del alma,
remisión de los pecados y comunicación del Espíritu Santo para
cuantos participan de ellos ».(28)
Y, en el Misal Romano, el celebrante implora que: «
Fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su
Espíritu Santo, formemos en Cristo un sólo cuerpo y un sólo
espíritu ».(29)
Así, con el don de su cuerpo y su sangre, Cristo acrecienta en
nosotros el don de su Espíritu, infundido ya en el Bautismo e
impreso como « sello » en el sacramento de la Confirmación.