REFLEXIONES  

 

REFLEXIÓN - 1

"¿QUIÉN DA MÁS?"

Estamos en la sociedad del consumo y de la propaganda. Ojeamos una revista, un periódico, y gran parte son anuncios, propaganda. Las emisoras de radio, que no son públicas, están llenas de spots publicitarios. La Televisión: para ver una película sin pagar, tienes que soportar una buena dosis de anuncios. Y cuando se navega por internet, te vas tropezando de mensaje en mensaje. Y no digamos de las calles llenas de carteles ofreciéndote los productos más diversos.

Y es que los fabricantes de lo que llaman "bienes de consumo", emplean todos los medios a su alcance para que sus mensajes calen y se compren sus productos.

El que ha descubierto algo que vale la pena, tiende a comunicarlo para que otros también participen de ello. El mundo de los negocios intenta hacernos creer que lo que ellos ofrecen, vale la pena, nos hace más felices, diferentes, más que los demás. ¡Cuántos mensajes engañosos nos tragamos cada día!

¿Y qué hacemos nosotros, los cristianos, para que el mensaje de Jesucristo llegue al mayor número de personas? Pues sabemos y creemos que es un mensaje que vale la pena, que nos hace más felices, que nos hace hijos de Dios y ciudadanos de un mundo que no se acaba.

Ojalá tuviésemos, al menos, la misma preocupación por evangelizar que las marcas comerciales por meternos sus productos. 

Fijémonos en Pablo y Bernabé. De un lugar a otro, llenos de peligros, perseguidos..., pero si hoy estamos nosotros aquí es porque ellos anunciaron con entusiasmo a Jesucristo. Ellos pusieron lo que eran y tenían, Dios hizo el resto.

Unos te ofrecen coches, otros casas, viajes, productos que rejuvenecen, calidad de vida, bienestar... Productos pasajeros y perecederos, que se presentan como eternos.

Sin embargo, nosotros sí que ofrecemos, desde Jesucristo, lo que deseamos en lo profundo de nuestro ser: vida para siempre, alegría y felicidad.

¿Qué nos ha dicho San Juan en el Apocalipsis?

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; es morada de Dios con los hombres; ya no habrá ni muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor... Dios enjugará las lágrimas. ¿Quién puede ofrecer más y mejor?

La mejor propaganda que podemos hacer de esto es creérnoslo y, después, una vida conforme a las palabras de Jesús, que se resumen en lo que Jesús nos ha dicho en el Evangelio: "Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado". En eso nos conocerán.

 

 

REFLEXIÓN - 2

" UNA FUERZA BÁSICA"

La vida del ser humano tiene su origen y su término en el misterio de un Dios que es amor infinito e insondable. Por eso, lo reconozcamos o no, la fuerza vital que circula por cada uno de nosotros proviene del amor y busca su desarrollo y plenitud en el amor. Esto significa que el amor es mucho más que un deber que hemos de cumplir o una tarea moral que nos hemos de proponer. El amor es la vida misma, orientada de manera sana. Sólo quien está en la vida desde una postura de amor está orientando su existencia en la dirección acertada.

Los cristianos hemos hablado mucho de las exigencias y sacrificios que comporta el amor, y, sin duda, es absolutamente necesario hacerlo si no queremos caer en falsos idealismos. Pero no siempre hemos recordado los efectos positivos del amor como fuerza básica que puede dinamizar y unificar nuestra vida de manera saludable.

En la medida en que acertamos a vivir amando la vida, amándonos a nosotros mismos y amando a las personas, nuestra vida crece, se despliega y se va liberando del egoísmo, de la indiferencia y de tantas esclavitudes y servidumbres que la pueden ahogar.

Además, el amor estimula lo mejor que hay en la persona. El amor despierta la mente dándole mayor claridad de pensamiento. Hace crecer la vida interior. Desarrolla la creatividad y hace vivir lo cotidiano, no de manera mecánica y rutinaria, sino desde una actitud positiva y enriquecedora.

Precisamente porque enraiza al hombre en su verdadero ser, el amor pone en la vida color, alegría, sentido interno. Cuando falta el amor, la persona puede conocer el éxito, el placer, la satisfacción del trabajo bien realizado, pero no el gozo y el sabor que sólo el amor pone en el ser humano.

No hemos de olvidar que el amor satisface la necesidad más esencial de la persona. Ya puede uno organizarse su vida como quiera, si termina sin amar ni ser amado, su vida es un fracaso.

Vivir desde el egoísmo, el desamor, la indiferencia o la insolidaridad es vaciar la propia vida de su verdadero contenido. Los creyentes sabemos que el amor es el mandato cristiano por excelencia y el verdadero distintivo de los seguidores de Cristo: «La señal por la que os conocerán que sois mis discípulos será que os amáis unos a otros.» Pero no hemos de olvidar que este amor no es una carga pesada que se nos impone para hacer nuestra vida más difícil todavía, sino precisamente la experiencia que puede traer a nuestra existencia mayor gozo y liberación.

JOSE ANTONIO PAGOLA
(mercabá)

 

 

 

REFLEXIÓN - 3

"LA INSIGNIA"

Cuando una persona está a punto de morir, quiere dejar a los suyos, como testamento, aquello que considera más importante, aquello que deben recordar para siempre.

Jesús dedicó una corta etapa de su vida a la proclamación de la llegada del Reino de Dios, aunque fue muy intensa en palabras y signos. Quizás demasiado intensa para que aquellos apóstoles y discípulos pudieran digerirla suficientemente. En realidad, habían entendido poco. Les tendrá que prometer el Espíritu Santo, que estará siempre con ellos (y con nosotros), para seguir guiándonos, iluminándonos, ayudándonos a entender.

Y aquella tarde, cuando ya el desenlace de su vida está decidido, pues Judas ya ha salido a cumplir sus planes sobre Jesús, Él se desahoga con los más íntimos de los suyos, los Once.

Comienza diciéndoles que ya ha llegado la hora de que se cumplan los planes de Dios. En Él Dios cumple sus planes de salvación, y el Padre lo va a glorificar devolviéndolo a su lugar de Hijo de Dios, a la derecha del Padre.

El clima es de gran intimidad, familiar; les llamará: "hijos míos", con la misma familiaridad y confianza con la que él mismo llama a Dios "Abba", "papá".

Y seguido: "me queda poco de estar con vosotros", el anuncio de su muerte.

En algunas familias, cuando falta la persona que se preocupaba de mantener a todos unidos, los demás se dispersan y se pierden las conexiones y los lazos.

Jesús no quiere que pase eso entre los suyos y por eso les dice cuál debe ser la conexión, el lazo de unión. No es otro que el que ha mantenido unidos y conexionados al Padre y al Hijo y al Hijo con ellos: el amor.

Va a ser el mandamiento nuevo. Las leyes, las normas, los diversos preceptos, si no son formas de expresar el amor, si no ayudan a vivir el amor fraterno, sirven de poco.

El amor entre los discípulos de Jesús, entre los cristianos, debe ser: "como yo os he amado". En la vida y en las palabras de Jesús encontramos la medida del amor.

Amor, que es pasar por el mundo haciendo el bien.

Amor, que es servir, ponerse en el último puesto.

Amor, que es cercanía a los pequeños, a los débiles, a los que sufren, a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a los oprimidos.

Amor, que es dar la vida, hasta el final. "De su costado salió sangre y agua".

El amor del Padre y del Hijo debe ser la insignia de los discípulos. Por él conocerán que somos de los suyos.

¿Por qué se distinguen nuestras comunidades cristianas?

¿Porque nos queremos, nos ayudamos, trabajamos unidos por el Evangelio?

¿Porque nos sentimos y nos tratamos como hermanos?

¿Porque nos defendemos, hablamos bien de todos, nos ayudamos en todo, nos perdonamos y no nos criticamos?

¿Porque compartimos la Eucaristía con la alegría de los que saben que el Señor está en medio de ellos?

¿Porque el amor que recibimos del Señor y de los hermanos lo llevamos con alegría a nuestras casas, a los ambientes en los que nos movemos, para que también ellos puedan experimentar y vivir el verdadero amor?

¿Es así? Nuestra insignia de cristianos está puesta en su sitio.

¿No es así? No llevamos la insignia puesta; aunque todos vean nuestros grandes templos, aunque nos vean venir a la Iglesia, aunque llevemos la cruz de oro al cuello o el rosario colgado en la parte delantera del coche.

"La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros".