LA
IGLESIA VIVE DE LA
EUCARISTÍA
CARTA ENCÍCLICA
ECCLESIA DE EUCHARISTIA
DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA EUCARISTÍA
EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
CAPÍTULO I
MISTERIO DE LA FE
18. La aclamación que el pueblo pronuncia
después de la consagración se concluye oportunamente
manifestando la proyección escatológica que distingue la
celebración eucarística (cf. 1 Co 11, 26): « ... hasta
que vuelvas ». La Eucaristía es tensión hacia la meta,
pregustar el gozo pleno prometido por Cristo (cf. Jn 15,
11); es, en cierto sentido, anticipación del Paraíso y « prenda
de la gloria futura ».(30)
En la Eucaristía, todo expresa la confiada espera: « mientras
esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo ».(31)
Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que
esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya
en la tierra como primicia de la plenitud futura, que
abarcará al hombre en su totalidad. En efecto, en la Eucaristía
recibimos también la garantía de la resurrección corporal al
final del mundo: « El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene
vida eterna, y yo le resucitaré el último día » (Jn 6,
54). Esta garantía de la resurrección futura proviene de que la
carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo
en el estado glorioso del resucitado. Con la Eucaristía se
asimila, por decirlo así, el « secreto » de la resurrección. Por
eso san Ignacio de Antioquía definía con acierto el Pan
eucarístico « fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte
».(32)
19. La tensión escatológica suscitada por
la Eucaristía expresa y consolida la comunión con la Iglesia
celestial. No es casualidad que en las anáforas orientales y
en las plegarias eucarísticas latinas se recuerde siempre con
veneración a la gloriosa siempre Virgen María, Madre de
Jesucristo, nuestro Dios y Señor, a los ángeles, a los santos
apóstoles, a los gloriosos mártires y a todos los santos. Es un
aspecto de la Eucaristía que merece ser resaltado: mientras
nosotros celebramos el sacrificio del Cordero, nos unimos a la
liturgia celestial, asociándonos con la multitud inmensa que
grita: « La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el
trono, y del Cordero » (Ap 7, 10). La Eucaristía es
verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la
tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que
penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre
nuestro camino.