LA
IGLESIA VIVE DE LA
EUCARISTÍA
CARTA ENCÍCLICA
ECCLESIA DE EUCHARISTIA
DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA EUCARISTÍA
EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
CAPÍTULO I
MISTERIO DE LA FE
20. Una consecuencia significativa de la
tensión escatológica propia de la Eucaristía es que da impulso a
nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza
en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas. En
efecto, aunque la visión cristiana fija su mirada en un « cielo
nuevo » y una « tierra nueva » (Ap 21, 1), eso no
debilita, sino que más bien estimula nuestro sentido de
responsabilidad respecto a la tierra presente.(33)
Deseo recalcarlo con fuerza al principio del nuevo milenio, para
que los cristianos se sientan más que nunca comprometidos a no
descuidar los deberes de su ciudadanía terrenal. Es cometido
suyo contribuir con la luz del Evangelio a la edificación de un
mundo habitable y plenamente conforme al designio de Dios.
Muchos son los problemas que oscurecen el
horizonte de nuestro tiempo. Baste pensar en la urgencia de
trabajar por la paz, de poner premisas sólidas de justicia y
solidaridad en las relaciones entre los pueblos, de defender la
vida humana desde su concepción hasta su término natural. Y ¿qué
decir, además, de las tantas contradicciones de un mundo «
globalizado », donde los más débiles, los más pequeños y los más
pobres parecen tener bien poco que esperar? En este mundo es
donde tiene que brillar la esperanza cristiana. También por eso
el Señor ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía,
grabando en esta presencia sacrificial y convival la promesa de
una humanidad renovada por su amor. Es significativo que el
Evangelio de Juan, allí donde los Sinópticos narran la
institución de la Eucaristía, propone, ilustrando así su sentido
profundo, el relato del « lavatorio de los pies », en el cual
Jesús se hace maestro de comunión y servicio (cf. Jn 13,
1-20). El apóstol Pablo, por su parte, califica como « indigno »
de una comunidad cristiana que se participe en la Cena del
Señor, si se hace en un contexto de división e indiferencia
hacia los pobres (Cf. 1 Co 11, 17.22.27.34).(34)
Anunciar la muerte del Señor « hasta que
venga » (1 Co 11, 26), comporta para los que participan
en la Eucaristía el compromiso de transformar su vida, para que
toda ella llegue a ser en cierto modo « eucarística ».
Precisamente este fruto de transfiguración de la existencia y el
compromiso de transformar el mundo según el Evangelio, hacen
resplandecer la tensión escatológica de la celebración
eucarística y de toda la vida cristiana: « ¡Ven, Señor Jesús! »
(Ap 22, 20).