Está
llegando a su meta algo que había comenzado en la noche de
los tiempos, lo que en el Génesis se expresaba con la
palabras dichas por Dios a la serpiente: "su estirpe
pisará tu cabeza cuando tú intentes morder su
talón"(Gn 3,15)
El
plan de Dios, anunciado por los profetas, se ha cumplido.
Todo estaba escrito.
El
Mesías, el Hijo de Dios hecho hombre, ha entregado su vida
para el perdón de los pecados; Él ha sido la víctima
propiciatoria. Pero no ha quedado en la muerte, ha
resucitado y lo ha llenado todo de vida.
El
plan de Dios era plan de vida para todos y en abundancia;
una vida que no tiene fronteras de tiempo: ganados por
Cristo Mesías para la vida eterna.
Este
es el gran acontecimiento y esta es la Buena Noticia que
debe llegar a todas partes. Todos tienen que escucharla para
poder acoger a Cristo como Salvador, convertirse a Él y
recibir, con el perdón de los pecados, la vida nueva. Desde
Jerusalén debe partir la noticia de oriente a occidente, de
norte a sur.
Los
discípulos son los encargados de esta tarea a lo largo de
todos los tiempos: testigos del Resucitado, testigos del
mensaje de la salvación.
La
tarea es hermosa, pero ardua y no fácil. Por eso, en el
momento de su partida, les anima y tranquiliza diciéndoles:
"Enviaré lo que el Padre ha prometido", que no es
otra cosa que el Espíritu Santo, "Señor y dador de
vida"; él es la "fuerza de lo alto".
Cerca
de Betania los bendijo y se separó de ellos, subiendo al
cielo. Había cumplido lo que el Padre le confió. "Por
nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo".
Realizada nuestra salvación, sube al cielo.
Vuelven
a Jerusalén con alegría. Desde ahí deben partir a todo el
mundo. Todos tienen que conocer, para poder acoger, lo que
Dios ha hecho en favor nuestro por medio de su Hijo Jesús,
Señor y Mesías.