PRESENTACIÓN
El salmista contempla
las maravillas de la creación: el cielo estrellado, el
reflejo plateado de la luna, los animales al servicio
del hombre, y las bocas de los tiernos infantes que,
pendientes de los pechos de sus madres, proclaman la
grandeza y providencia del Creador.
Es como un
comentario poético a la obra de la creación narrada en
el cap. 1 del Génesis. El hombre es el representante de
Dios en la obra de la creación.
Todo ha sido creado al
servicio del hombre, y éste al servicio de Dios, por
estar hecho a «imagen y semejanza suya».
El salmista,
lejos de reconocer como divinidades a los astros y a la
misteriosa transmisión de la vida, lo presenta todo como
obra del único Dios del universo, que gobierna todas las
cosas con «número, peso y medida» (Sab 11,21).
El poeta,
extasiado ante tanta grandeza cósmica, se admira de que
el Creador omnipotente se preocupe de un ser tan
insignificante como el hombre. Sin embargo, éste es el
rey de la creación por llevar el sello de lo divino en
su alma.
(SALMO 8)
R/ SEÑOR DUEÑO NUESTRO, QUÉ ADMIRABLE ES TU NOMBRE EN
TODA LA TIERRA.
Cuando contemplo
el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de
él,
el ser humano, para darle poder?
R/ SEÑOR DUEÑO NUESTRO, QUÉ ADMIRABLE ES TU NOMBRE EN
TODA LA TIERRA.
Lo hiciste poco
inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus
manos.
R/ SEÑOR DUEÑO NUESTRO, QUÉ ADMIRABLE ES TU NOMBRE EN
TODA LA TIERRA.
Todo lo sometiste
bajo sus pies:
rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar.
R/ SEÑOR DUEÑO NUESTRO, QUÉ ADMIRABLE ES TU NOMBRE EN
TODA LA TIERRA.
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