PALABRA DE DIOS 

 

PRIMERA LECTURA
Hechos de los Apóstoles 2, 14. 22-33

Los Apóstoles dan testimonio de Jesús resucitado como Señor y Mesías.
      En él se cumplen los planes de Dios, anunciados en el antiguo Testamento.

 


PRESENTACIÓN

Esta lectura está tomada de los discursos misioneros pronunciados por los apóstoles ante los judíos. 

Los Hechos de los Apóstoles han consignado ocho discursos. El de hoy es un fragmento del discurso de San Pedro el día de Pentecostés.

Tras recibir el espíritu Santo prometido, que se posa sobre los apóstoles en forma de lenguas de fuego, comienzan a hablar en lenguas diferentes y todos les entienden. Hay quien interpreta el hecho como efecto de una borrachera.

Entonces, Pedro, se dirige a los judíos recordándoles que ya la Escritura habla del espíritu santo "que sería derramado en aquellos días", según profecía de Joel.

Llama la atención la preocupación de aquellos primeros cristianos en fundamentar en la sagrada escritura lo lo acaecido a Jesús. No hay rupturas; lo que había sido anunciado y prometido se ha cumplido en Jesús y por medio de él.

Después de la fundamentación escriturística, el núcleo del mensaje: "Jesús, el hombre que Dios acreditó ante vosotros... os lo entregaron y vosotros, por medio de paganos, lo matásteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó".

Y la conclusión: Jesús es Señor y Mesías y a quienes creen en él se les perdonan los pecados y reciben el Espíritu Santo. Y esto sirve tanto para los judíos como para los paganos

HECHOS DE LOS APÓSTOLES 2, 14. 22-33

No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio

El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: "Judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a él: "Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia."

Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que "no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción", hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos. Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo."

Palabra de Dios


 

 

 

SALMO RESPONSORIAL
Salmo 15

PRESENTACIÓN

"Señor, me enseñarás el sendero de la vida"

El hombre que reza este salmo vive su fe en un mundo materialista y pagano.

Quiere ser fiel al Señor y no "a los dioses que se veneran en la tierra"; no quiere derramar "sus libaciones de sangre" ni "pronunciar su nombre".

Toda su vida está puesta en el Señor, que la tiene en sus manos, y nunca es comparable la heredad del Señor con las casas de los ídolos.

El Señor es el mejor maestro, el mejor consejero; siguiendo sus instrucciones no hay peligro de perderse, de dudar; aun en los momentos difíciles y de oscuridad, él va a nuestra derecha y si él nos acompaña, nuestros pasos son seguros.

Él es el único camino de vida. Los que sirven a los ídolos tienen como destino la muerte, ya que los ídolos de oro y plata son hechura humana que no pueden salvar.

Aunque parezca que los que triunfan son los otros, aunque dé la impresión de que a los malvados todo les sale bien, el que es fiel al Señor será el que tenga la alegría perpetua.

"Señor, me enseñarás el sendero de la vida"

SALMO 15

Señor, me enseñarás el sendero de la vida.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: "Tú eres mi bien."
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte esta en tu mano. 
R.
Señor, me enseñarás el sendero de la vida.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. 
R.
Señor, me enseñarás el sendero de la vida.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. 
R.
Señor, me enseñarás el sendero de la vida.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha 
R.
Señor, me enseñarás el sendero de la vida.


 

 

SEGUNDA LECTURA
1ª Pedro 1, 17-21

Hemos sido rescatados para Dios "a precio de la sangra de Cristo".
      Por eso podemos llamar a Dios: Padre.
      Y si Dios es nuestro Padre, debemos comportarnos como verdaderos hijos y poner en él toda nuestra fe y esperanza.

 

PRESENTACIÓN

Seguimos leyendo, en el espacio de la segunda lectura, la primera Carta del Apóstol Pedro. Y en esta primitiva encíclica se recomienda a los contemporáneos del primer Papa de la Iglesia una forma de entender el seguimiento de Cristo, lejos del culto cerrado y formal del Templo y más cerca de lo espiritual que lo de lo puramente formal o ritual.

1 PEDRO 1, 17-21

Os rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto

Queridos hermanos: Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parcialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida.

Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien.

Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

Palabra de Dios

 

 

 

ACLAMACIÓN
Lucas 24, 32

Señor Jesús: explícanos las Escrituras. Enciende nuestro corazón mientras nos hablas.

 

EVANGELIO
Lucas 24, 13-35

En los discípulos de Emaús vemos el proceso de la fe: conocer a Jesús, seguirle, aun en los momentos difíciles, encontrarlo en la Palabra, en la Eucaristía, en el que comparte el camino con nosotros. Y, después, anunciarlo a los cuatro vientos

 

PRESENTACIÓN

Los relatos evangélicos sobre las apariciones de Jesús resucitado están muy lejos del «milagrismo». El triunfo de Jesús sobre la muerte no suprimía mágicamente la marcha fatigosa de la humanidad en busca de su liberación histórica y de su salvación final. Según el proyecto primitivo de Dios, «era necesario que el Mesías padeciera antes de entrar en su gloria».

La Eucaristía es un signo de acogida hacia todos los peregrinos que coinciden en el mismo camino que nosotros realizamos. «Quédate con nosotros, porque atardece». La salvación nos aparece cuando nos sentamos fraternalmente en la misma mesa y partimos el pan, y lo damos a los compañeros del camino. Entonces «se les abrieron los ojos y lo reconocieron».

 

LUCAS 24, 13-35

Lo reconocieron al partir el pan

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido.

Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?"

Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replico: "¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?" Él les pregunto: "¿Qué?" Ellos le contestaron: "Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron."

Entonces Jesús les dijo: "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.

Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída." Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.

Ellos comentaron: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?"

Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: "Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón."

Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor

NO ABANDONES

A lo largo de dos mil años, la Iglesia ha ido anunciando sin descanso la resurrección de Jesucristo. Por una parte, portavoces de aquellos que fueron testigos y, por otra, portadores de nuestra propia experiencia, del encuentro personal con Jesucristo.

Y nunca este mensaje de vida y salvación ha sido acogido por todos, antes bien, cuántas persecuciones, cuántos mártires, cuántos han tenido que vivir su fe en la oscuridad de la clandestinidad.

También hoy son tiempos difíciles para la fe, para dar la cara por el Resucitado. Las corrientes laicistas y relativistas quieren borrar de la sociedad todo lo que suene a Dios como única forma, dicen, de que el hombre asuma su lugar y su autonomía.

Muchos, que se habían unido a Jesucristo por el bautismo y los demás sacramentos, han abandonado y otros caminan entre dudas.

Hay a quienes les pasa como a los discípulos de Emaús: que lo acontecido, no coincide con lo esperado. Esperaban de Dios, de Jesús, de los santos, que resolviesen sus problemas, aun en el terreno material, afectivo, de salud. Y si no me resuelven esos asuntos, para qué quiero a Dios, a Jesucristo, a los santos, a la Iglesia. Y, así, se alejan de Dios y rellenan el vacío con otras cosas y personas.

Necesitamos del encuentro personal con el Señor. No nos sirve sólo ir a la iglesia y escuchar de otros sus experiencias; hemos de hacer de la fe algo nuestro.

Los de Emaús eran discípulos, habían conocido a Jesús y les había hablado, habían asistido a la pasión y muerte y habían oído decir que la piedra del sepulcro estaba corrida, que se habían aparecido ángeles, que Pedro y Juan habían ido al sepulcro y lo habían encontrado como habían dicho las mujeres..., "pero a él no lo vieron".

"Nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel"... "Y ya ves..."

Desencantados, toman el peor camino: abandonan. Lo veíamos la semana pasada: Tomás, duda, pero no abandona.

El encuentro personal con Jesucristo comienza con la fe, fiándonos de él, acogiendo el plan de salvación de Dios que, pasando por el sufrimiento y la muerte del Hijo, como supremo y único sacrificio, engendra la vida eterna.

Este encuentro con Jesucristo se realiza mediante la oración, la escucha y reflexión de la Palabra de Dios, sobre todo en el Evangelio, en el encuentro con los demás, como los de Emaús, que se encontraron con Jesús en aquel que caminaba con ellos, en los signos de los tiempos. Para el que sabe escuchar, todo es vehículo de la Palabra y de la voluntad de Dios.

Pero si hay un momento privilegiado de este encuentro, éste es la Eucaristía.

Era el primer día de la semana, el domingo, al caer la tarde... "Quédate con nosotros", le dijeron al caminante.

Él "tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio".

"Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron"

En el momento del cansancio, del desencanto, de la duda, no abandonemos, sigamos con la oración, aunque no sintamos nada, sigamos encontrándonos con los hermanos en la Eucaristía, alimentándonos de la Palabra de Dios y del Cuerpo y la Sangre de Cristo, aunque nos cueste.

Él camina a nuestro lado, aunque no lo reconozcamos, de momento.

Volverá a arder nuestro corazón y proclamaremos con alegría que Jesucristo está vivo, que ha resucitado y que sigue a nuestro lado en el camino de la vida. Que no estamos muertos.