SEGUIMIENTO
Casi
la totalidad de los que estamos en esta
Eucaristía hemos nacido en países de tradición
cristiana, en familias cristianas que nos bautizaron,
nos enseñaron lo más esencial de nuestra fe y una
serie de costumbres, tradiciones y comportamientos
religiosos.
Y,
tal vez, para muchos, lo que más importaba era el
cumplir una serie de leyes y normas y tener una conducta
moral ante algunos aspectos de la vida.
Y
en esto hacíamos consistir nuestra fe cristiana: en
cumplir cosas.
El
Evangelio de hoy nos dice que, antes de cumplir cosas,
ser cristiano es decidirse por una persona: Jesucristo,
Jesús, el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios; y, una
vez que me he decido por Él, le sigo, vivo según su
palabra, su Evangelio y cumplo todo lo que él quiere
que cumpla.
Los
discípulos de Emaús se habían acercado a Jesús, le
habían escuchado y le habían seguido; habían puesto
en él su esperanza: "Nosotros esperábamos que él
fuera el futuro liberador de Israel"... El escuchar
y seguir a Jesús no quita dudas y momentos oscuros.
Jesús
resucitado no está lejos y desentendido; camina a
nuestro lado en tantas y tantas personas con las que me
encuentro en el camino de la vida, sobre todo en los que
sufren y en los pobres ("porque tuve hambre...,
porque estaba enfermo y en la cárcel...), en tantas
personas que pasan por el mundo haciendo el bien. A
veces nos pasa como a los de Emaús: que no le
reconocemos.
Por
eso debemos estar muy atentos a la Palabra de Dios. Él
nos habla en la Escritura, sobre todo en el Nuevo
Testamento, pero también nos habla en el camino de la
vida por las personas, los acontecimientos y los signos
de los tiempos.
Y
un momento privilegiado para encontrarnos con el Señor
resucitado es la comunidad reunida para la Eucaristía.
Los discípulos de Emaús reconocieron a Jesús en la
"fracción del pan", nombre que se daba en os
primeros tiempos a la Eucaristía.
Celebrar
la Eucaristía sintiéndonos hermanos, reunidos en el
nombre de Cristo, garantiza su presencia en medio de
nosotros ("Donde dos o más...").