DAR
RAZÓN DE NUESTRA FE
Hay
alguna frase que se repite con cierta frecuencia en
estos tiempos: "La Iglesia tiene que cambiar, si
no, perderá clientela" o esa otra: "La
Iglesia tiene que modernizarse, tiene que ir con los
tiempos, si no, no se acercará a la juventud y se
convertirá en un grupo residual de viejos".
Generalmente
esto lo dicen los no creyentes y algunos que se dicen
cristianos, pero que no ha profundizado mucho en lo que
dicen y en lo que se refiere a su fe.
Ser
cristiano es ser de Cristo; no es ser de derechas o de
izquierdas, avanzados o retrógrados, conservadores o
progresistas.
Jesucristo
no cambia; Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Y
la palabra de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre,
es para ayer, para hoy y para siempre.
Los
contenidos de la fe, plasmados en el Evangelio y, desde
él, en la fe de la Iglesia, no cambian.
Podrán
cambiar las formas de expresarlos, los signos a través
de los cuales se viven; en una época se resaltarán
unos, sin negar los otros. Y todo ello porque la Iglesia
tiene que anunciar su mensaje a todos los hombres de
todos los tiempos. No debe rebajar su mensaje en
función de que a la sociedad, a las ideologías, o a
otros intereses y modas les parezca mejor.
Jesucristo
es el centro de la vida del cristiano, sin rebajarlo ni
aguachinarlo, pues sabemos que, viviendo según él,
seremos felices y auténticas personas, según Dios;
pues, Jesucristo, es el modelo de persona perfecta.
Así,
pues, la vida del cristiano debe anunciar a Jesucristo
como único Salvador y el estilo de vida que deben
llevar los que optan por él.
Así
lo hacían los primeros cristianos. La primera lectura
nos ha presentado a Felipe, que no era el apóstol, y
predicaba a Jesucristo en la difícil región de
Samaría.
Y
San Pedro nos recuerda en la segunda lectura que,
sobretodo en tiempos difíciles, debemos dar razón de
nuestra fe; que el verdadero seguidor de Jesucristo no
se avergüenza de serlo; que, si por nuestra fe, nos
denigran, nos ridiculizan o nos persiguen, nos
asemejaremos a Jesucristo que, siendo inocente, sufrió
hasta la muerte por nuestros pecados.
Acercándose
la fiesta de la Ascensión del Señor, el Evangelio nos
recuerda que Jesús resucitado va al cielo y que la
tarea de hacerlo conocer a los hombres está en nuestras
manos, en las de los suyos, en las de los que le amamos.
Para poder hacerlo, nos da su Espíritu, nos deja sus
mandamientos, resumiéndolos en el amor, y nos alimenta
con su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía.
Ser
cada día cristianos más auténticos. Hemos de
conseguirlo con la ayuda del Señor.