LA FUENTE DE LA VIDA SE ENCUENTRA EN LA EUCARISTÍA.
La
fiesta del Corpus quiere ser un clamor que recuerde a
los cristianos y al mundo: la fuente de la vida sólo se
halla en Dios que se hace presente por Jesús en la
Eucaristía. Hemos escuchado como el Deuteronomio
recuerda a los israelitas que sólo el agua milagrosa y
el maná -Dios presente y amándolos- les hicieron
posible la vida en el desierto. Era el anuncio
imperfecto y lejano de la Eucaristía.
Y
los cristianos de hoy necesitamos recordar esta verdad,
tal vez más que nunca. Porque contagiados del
materialismo idolátrico que nos rodea por todas partes,
podemos llegar a creer, también, que la vida (la
felicidad, la plenitud personal, la seguridad, la paz,
la construcción de la propia vida y del mundo) puede
fundamentarse sobre nuestra fuerza y nuestro poder,
nuestra capacidad de trabajo, la ciencia, la técnica,
la sabiduría política, o el poder de las armas y del
dinero.
En
la fiesta de Corpus, la Iglesia recuerda a sus fieles
desde el siglo XIII que sólo en Jesús está la
verdadera vida, sólo quien come su carne y bebe su
sangre tendrá verdaderamente la vida. y que sólo desde
la unidad del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia,
construida por la Eucaristía, llegaremos al fondo último
de la fraternidad humana.
-LA
VIDA POR LA EUCARISTÍA. Efectivamente: las palabras que
hemos escuchado en el evangelio de san Juan son
rotundas: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del
cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y
el pan que yo daré es mi carne para la vida del
mundo... Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no
bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros..."
Queda muy claro: en la Eucaristía comemos y bebemos la
vida. La Eucaristía es la condición de la vida en Jesús.
Por nosotros y por el mundo entero: "para la vida
del mundo".
Claro
está que no se puede entender la Eucaristía como una
especie de fuente mecánica o automática de una vida
casi despersonalizada. Sabemos ciertamente que la
Eucaristía es la culminación de la vida de la Iglesia
y del creyente, al mismo tiempo que su fuente. Comer y
beber el Cuerpo y la Sangre del Señor, exige todo un
camino previo de aceptación de Jesús como Señor de la
propia vida y de decisión humilde y sencilla, pero
firme, de querer compartir con El Cruz y Muerte, para
poder compartir, también, Resurrección y Vida.
-HERMANOS
POR LA EUCARISTÍA. El fragmento de san Pablo que hemos
escuchado nos llama la atención sobre una de estas
exigencias que constantemente olvidamos, por
incomprensible que parezca: la vida de Jesús es, también,
vida en los hermanos. Bebemos de un solo cáliz, comemos
de un solo pan y, por la vida recibida, formamos un solo
cuerpo, el cuerpo de Cristo.
Es
mucho más que una hermandad de raza, de pueblo, de
amistad e incluso de sangre humana: es la hermandad
vital de los miembros que viven de la misma vida en el
mismo cuerpo, alimentados por la misma carne y la misma
sangre.
Una
hermandad que exige comunión y solidaridad sin fisuras
y excepciones. En todo y para todos. Porque todos los
hombres, incluso los no creyentes, están llamados por
Jesús -¡y esperados!- a participar de la Eucaristía.
No
es difícil deducir las consecuencias prácticas
-radicales y perentorias- que estas verdades imponen a
nuestras vidas, cuando pensamos en los hermanos más
pobres y necesitados en el día de Càritas que hoy
celebramos.
Todo
este misterio de vida y de fraternidad presente en la
Eucaristía, es lo que agradecemos, celebramos,
veneramos y adoramos en las misas y en las procesiones
del día del Corpus.
Mons.
TEODORO ÚBEDA
(mercabá)
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