ESPÍRITU
DE VIDA
A
veces da la impresión de que el Espíritu
Santo es el pariente pobre y olvidado de
la Santísima Trinidad.
Dios
Padre, Jesucristo, el Señor, la Virgen
María, el santo patrono... ¿Y el
Espíritu Santo?
Aunque
muchas veces olvidado, el Espíritu Santo
es el que está animando y alimentando,
calladamente, nuestra vida cristiana.
El
hace posible que proclamemos nuestra fe en
en Jesús, el Señor, y nos adhiramos a
él y seamos cristianos.
Es
el Espíritu Santo el que nos ilumina, el
que nos enseña, el que guía a la
Iglesia, a sus pastores, a sus miembros
para que seamos fieles a Jesucristo a lo
largo de la historia.
Sin
la fuerza del Espíritu Santo nuestra vida
cristiana no pasaría de ser un mero
cumplir cosas, mantener unas tradiciones y
costumbres, cuando no, alimentar
supersticiones.
Es
Espíritu Santo nos hace testigos,
seguidores de Jesucristo; el Espíritu
Santo es el motor, el alma de nuestra vida
cristiana.
Si
dejamos que actúe en nosotros, es viento
recio que sacude nuestra comodidad y
nuestra apatía, que remueve una fe
instalada en la rutina, que empuja a dar
la cara, a anunciar las maravillas de
Dios, lo que ha hecho por nosotros, en
medio de la gente.
Si
dejamos que el Espíritu Santo actúe en
nosotros, es fuego que purifica nuestra
vida cristiana, que le quita impurezas y
adherencias, que la hace más limpia y
transparente. Y es que son esas impurezas
y adherencias las que impiden que los
demás vean en nosotros el rostro de
Cristo, en nuestras palabras, las palabras
de Cristo, en nuestros comportamientos los
comportamientos de Cristo, que pasó por
el mundo haciendo el bien. Tal vez muchos
de los que rechazan y persiguen a la
Iglesia y a los cristianos es porque no
ven en nosotros a Jesucristo.
El
Espíritu Santo es comunión en la
diversidad; porque las lenguas son muchas
y las formas de expresar la fe, también;
y porque el Espíritu Santo es uno, la
diversidad no nos rompe, sino que nos
enriquece. Cuando andamos rotos,
divididos, peleándonos, creyéndonos
poseedores únicos de la verdad cristiana,
es que tenemos encerrado al Espíritu
Santo y no le dejamos actuar. Seguimos
construyendo la torre de Babel en la
confusión de lenguas.
Y
cuando tenemos encerrado al Espíritu
Santo y no le dejamos actuar, el Cuerpo de
Cristo, la Iglesia, y sus miembros estamos
muertos, pues el Espíritu Santo es alma y
vida de este cuerpo, él es "Señor y
dador de vida".
Y
el Espíritu Santo es aliento de una nueva
vida, de una nueva creación, del mundo
nuevo que hay que construir; y para
comenzar de nuevo, el poder de perdonar
los pecados.
Hoy,
de una manera especial, necesitamos
redescubrir la presencia del Espíritu
Santo en nosotros, liberarle, para que nos
llene de su fuerza y de su vida en estos
tiempos difíciles para fe, en los que los
que nos gobiernan quieren borrarla de la
sociedad.
Si
nos quedamos en denuncias, en críticas,
en lamentos, pero nuestra vida cristiana
no se revitaliza, el Espíritu Santo sigue
encerrado.
El
Espíritu Santo nos hace testigos de
Jesucristo. Y en esta hora que nos toca
vivir, se necesita que los cristianos
seamos , con nuestras palabras y nuestros
comportamientos, testigos de Jesucristo.
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