REFLEXIONES
28 - Abril 2º DOMINGO DE PASCUA
(Divina Misericordia) "¡Señor mío y Dios mío!" |
REFLEXIÓN 1 |
"CREO EN DIOS, PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO" Muchas personas se están haciendo su propio credo: Creo en el dios dinero todopoderoso...; creo en el poder, con el que domino toda la tierra...; creo en el tener, pues en mis cosas estoy seguro...; creo en mí como único señor...; creo en este mundo como el único real y definitivo... Para muchos sólo existe lo que se toca, lo que se mide, lo que se pesa, lo que se compra o se vende. Muchos dicen con Santo Tomás: "Si no lo veo, no lo creo", "si no meto el dedo..., si no meto la mano...". Pero ya no llegan al "Señor mío y Dios mío". Y todo este pensamiento, toda esta filosofía de vida, se nos va metiendo por los poros a los que nos decimos creyentes cristianos. Y el cristiano vive de la fe, que después se tendrá que hacer vida y testimonio. La fe es creer más allá de lo que se ve, de lo que se palpa, de lo que se mide, de lo que se compra o se vende. Nuestra fe es creer, aceptar, es fiarse de que por encima del dios dinero, hay un Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra; que por encima del Dios poder, hay un Dios que, en Jesucristo, se ha despojado de su propio rango divino y se ha hecho uno de nosotros, igual en todo menos en el pecado, el servidor de todos; que por encima del tener, nuestro Dios, encarnado en Jesucristo, se ha hecho pobre, se ha puesto en el último lugar, ha dado la vida por nosotros. Nuestra fe es creer, aceptar, fiarse de que, siendo Él el único Señor, nos ha sentado a su lado y nos ha hecho hijos y herederos, herederos de un Reino que no tendrá fin. Ante este gran misterio, la primera reacción es la de Tomás: "Si no veo..." Pero recordemos las palabras de Jesús: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto". Y la fe nos lleva a la vida: una vida en consonancia con la vida y las palabras de aquel en quien creemos. Es el mensaje de la primera lectura. Los primeros cristianos daban la cara sin miedo, sin vergüenza; se reunían en el templo; aunque muchos no se atrevían a juntárseles, hablaban bien de ellos. Veían en ellos a Jesús y les sacaban, como a él, los enfermos para que los curaran. Hoy necesitamos vigorizar nuestra fe y nuestra vida cristiana. Hoy necesitamos rezar insistentemente: "Creo, Señor, pero aumenta mi fe", "Señor mío y Dios mío". Las apariciones de Jesús resucitado solían ser "el primer día de la semana", el domingo, y en un contexto eucarístico. Hoy también, el Resucitado, está en medio de nosotros. También nos dice: "Paz a vosotros", nos da su Espíritu para ser sus testigos. Digámosle desde lo más profundo de nuestra fe: "Señor mío y Dios mío". |
REFLEXIÓN 2 |
"LA AMNISTÍA DEL RESUCITADO" "Paz a vosotros" Fue el teólogo E. Schillebeeckx quien nos recordó que el encuentro con el resucitado ha sido una "experiencia de perdón". Los discípulos han experimentado al resucitado como alguien que los perdona y les ofrece paz y salvación. Ninguna alusión al abandono de los suyos. Ningún reproche por la cobarde traición. Ningún gesto de exigencia para reparar la injuria. Las apariciones significan una verdadera «amnistía» en el sentido etimológico de esta palabra: olvido total de la ofensa recibida. Los relatos insisten en que el saludo del resucitado es siempre de paz y reconciliación: "Paz a vosotros". Y es precisamente este perdón pacificador y esta oferta de salvación los que ponen una alegría y una esperanza nuevas en la vida de los discípulos. Vivimos en una sociedad que no es capaz de valorar debidamente el perdón. Se nos ha querido convencer de que el perdón es «la virtud de los débiles» que se resignan y se doblegan ante las injusticias porque no saben luchar y arriesgarse. Y, sin embargo, los conflictos humanos no tienen nunca una verdadera solución, si no se introduce la dimensión del perdón. No es posible dar pasos firmes hacia la paz, desde la violencia, el endurecimiento y la mutua destructividad, si no somos nadie capaces de introducir el perdón en la dinámica de nuestras luchas. El perdón no es sólo la liquidación de conflictos pasados. Al mismo tiempo, despierta la esperanza y las energías en quien perdona y en aquel que es perdonado. El perdón, cuando se da realmente y con generosidad, es, en su aparente fragilidad, más vigoroso que toda la violencia del mundo. La resurrección nos descubre a los creyentes que la paz no surge de la agresividad y la sangre sino del amor y el perdón. Necesitamos recuperar la capacidad de perdonar y olvidar. La verdadera paz no se logra cuando unos hombres vencen sobre otros, sino cuando todos juntos tratamos de vencer las incomprensiones, agresividades y mutua destructividad que hemos desencadenado. La paz no llegará a nuestro pueblo mientras unos y otros nos empeñemos obstinadamente en no olvidar el pasado. La paz no será realidad entre nosotros sin un esfuerzo amplio y generoso de mutua comprensión, acercamiento y reconciliación. En una sociedad tan conflictiva como la nuestra, los creyentes estamos llamados a reivindicar la fuerza social y política que puede tener el perdón. JOSE ANTONIO PAGOLA (mercabá) |