
“JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE
PONCIO PILATO,
FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO”
Párrafo 2
JESÚS MURIÓ CRUCIFICADO
II. La muerte redentora de Cristo en el designio divino
de salvación
"Dios le hizo
pecado por nosotros"
602 En consecuencia, san Pedro
pudo formular así la fe apostólica en el designio divino
de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta
necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco,
oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de
cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado
antes de la creación del mundo y manifestado en los
últimos tiempos a causa de vosotros" (1 P 1,
18-20). Los pecados de los hombres, consecuencia del
pecado original, están sancionados con la muerte (cf.
Rm 5, 12; 1 Co 15, 56). Al enviar a su propio
Hijo en la condición de esclavo (cf. Flp 2, 7),
la de una humanidad caída y destinada a la muerte a
causa del pecado (cf. Rm 8, 3), "a quien no
conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para
que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Co
5, 21).
603 Jesús no conoció la
reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn
8, 46). Pero, en el amor redentor que le unía siempre al
Padre (cf. Jn 8, 29), nos asumió desde el
alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado hasta
el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc
15, 34; Sal 22,2). Al haberle hecho así solidario
con nosotros, pecadores, "Dios no perdonó ni a su propio
Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros" (Rm
8, 32) para que fuéramos "reconciliados con Dios por la
muerte de su Hijo" (Rm 5, 10).
Dios tiene la
iniciativa del amor redentor universal
604 Al entregar a su Hijo por
nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre
nosotros es un designio de amor benevolente que precede
a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el
amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en
que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación
por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. Jn
4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo,
siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm
5, 8).
605 Jesús ha recordado al final
de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin
excepción: "De la misma manera, no es voluntad de
vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos
pequeños" (Mt 18, 14). Afirma "dar su vida en
rescate por muchos" (Mt 20, 28); este
último término no es restrictivo: opone el conjunto de
la humanidad a la única persona del Redentor que se
entrega para salvarla (cf. Rm 5, 18-19). La
Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2 Co 5,
15; 1 Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por
todos los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni
habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo"
(Concilio de Quiercy, año 853: DS, 624). |