
“JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE
PONCIO PILATO,
FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO”
Párrafo 2
JESÚS MURIÓ CRUCIFICADO
III. Cristo se ofreció a su Padre por nuestros pecados
La agonía de
Getsemaní
612 El cáliz de la Nueva Alianza
que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf.
Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del
Padre en su agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 42)
haciéndose "obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8;
cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es
posible, que pase de mí este cáliz..." (Mt 26,
39). Expresa así el horror que representa la muerte para
su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra,
está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de
la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf.
Hb 4, 15) que es la causa de la muerte (cf. Rm
5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona
divina del "Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15), de
"el que vive", Viventis assumpta (Ap 1,
18; cf. Jn 1, 4; 5, 26). Al aceptar en su
voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (cf.
Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para
"llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero" (1
P 2, 24).
La muerte de
Cristo es el sacrificio único y definitivo
613 La muerte de Cristo es a la
vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la
redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5,
7; Jn 8, 34-36) por medio del "Cordero que quita
el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1,
19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1
Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con
Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con Él por
"la sangre derramada por muchos para remisión de los
pecados" (Mt 26, 28; cf. Lv 16, 15-16).
614 Este sacrificio de Cristo es
único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf.
Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios
Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para
reconciliarnos consigo (cf. 1 Jn 4, 10). Al mismo
tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que,
libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su
vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del
Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar
nuestra desobediencia.
Jesús reemplaza
nuestra desobediencia por su obediencia
615 "Como [...] por la
desobediencia de un solo hombre, todos fueron
constituidos pecadores, así también por la obediencia de
uno solo todos serán constituidos justos" (Rm 5,
19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a
cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí
mismo en expiación", "cuando llevó el pecado de
muchos", a quienes "justificará y cuyas culpas
soportará" (Is 53, 10-12). Jesús repara por
nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros
pecados (cf. Concilio de Trento: DS, 1529).
En la cruz,
Jesús consuma su sacrificio
616 El "amor hasta el extremo"(Jn
13, 1) es el que confiere su valor de redención y de
reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio
de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda
de su vida (cf. Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25).
"El amor [...] de Cristo nos apremia al pensar que, si
uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2 Co
5, 14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba
en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos
los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La
existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que
al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas
humanas, y que le constituye Cabeza de toda la
humanidad, hace posible su sacrificio redentor por
todos.
617 Sua sanctissima passione
in ligno crucis nobis justificationem meruit ("Por
su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos
mereció la justificación"), enseña el Concilio de Trento
(DS, 1529) subrayando el carácter único del sacrificio
de Cristo como "causa de salvación eterna" (Hb 5,
9). Y la Iglesia venera la Cruz cantando: O crux,
ave, spes unica ("Salve, oh cruz, única esperanza";
Añadidura litúrgica al himno "Vexilla Regis":
Liturgia de las Horas).
Nuestra
participación en el sacrificio de Cristo
618 La Cruz es el único
sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los
hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona
divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo
hombre" (GS
22, 2) Él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la
forma de Dios sólo conocida [...] se asocien a este
misterio pascual" (GS
22, 5). Él llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a
seguirle" (Mt 16, 24) porque Él "sufrió por
nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus
huellas" (1 P 2, 21). Él quiere, en efecto,
asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que
son sus primeros beneficiarios (cf. Mc 10, 39;
Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en
forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que
nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc
2, 35):
«Esta es la única verdadera
escala del paraíso, fuera de la Cruz no hay otra por
donde subir al cielo» (Santa Rosa de Lima, cf. P.
Hansen, Vita mirabilis, Lovaina, 1668)
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