REFLEXIONES
El tesoro más apreciado por el ser humano es la vida. La Biblia afirma que Dios es autor de la vida misma y que ordena transmitirla. Al mismo tiempo prohíbe destruirla. Por ser, pues, un don de Dios, la vida humana es sagrada. Pero esta vida es imagen de la vida definitiva, la que se descubre en el Resucitado. La acción de resucitar equivale, en el Nuevo Testamento, a «ponerse de pie» o resurgir después de la muerte. No es mera inmortalidad del alma, como si el cuerpo fuera su cárcel. Resucita todo el ser humano, con su cuerpo. Por otra parte, la resurrección cristiana es acceso a la vida plena y definitiva; es el acto por el que Dios da su propia vida, la «eterna». Con la resurrección, el ser personal de Jesús se transforma en su totalidad. No se trata de que Cristo vuelva a la vida, sino de que es glorificado y vive otra realidad, otro mundo nuevo. Este es el objeto cristiano de la fe. Los Hechos de los Apóstoles transmiten la predicación cristiana primera, basada en que Cristo resucitó. En el Resucitado, prenda de nuestra esperanza, están las primicias de la resurrección universal. Pero el Resucitado es el mismo que el Crucificado o el entregado a la causa del reino de Dios. La vida definitiva, que se da con la resurrección de los muertos, empieza aquí. El efecto de la resurrección se pone en la vida o en el paso de la muerte a la vida. Creer en la resurrección de Cristo es luchar contra toda clase de muerte y apostar por una vida plena para todos. REFLEXIÓN CRISTIANA: ¿Creemos de verdad en la resurrección? ¿Somos capaces de transmitir vida? CASIANO FLORISTAN (Mercabá) |