REFLEXIONES  

 

 

REFLEXIÓN - 1

LA PRUEBA DEL AMOR

Hemos entrado ya, de lleno, en la contemplación del camino de Jesús que, por amor, da la vida. En la cruz, en aquellas tinieblas que se extienden por toda la tierra desde el mediodía hasta la media tarde, se oye su grito: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" En aquellas tinieblas, en aquellas palabras llenas de angustia, se concentra todo el mal, todo el dolor, todo el pecado de la humanidad entera. Jesús experimenta la tristeza, el abandono de la muerte. Incluso se siente abandonado por aquel Dios a quien él llama Padre con tanta ternura.

Hemos empezado nuestro encuentro de hoy recordando la aclamación alegre de la gente que, en Jerusalén, recibe con gozo a aquel profeta que llega de Galilea y proclama la Buena Nueva, la vida nueva, el amor inmenso y transformador de Dios. Nosotros nos hemos unido a aquella aclamación, y hemos afirmado que el camino de Jesús nos atrae, nos llama hasta el fondo de nuestro corazón. Hemos afirmado que nosotros queremos seguir este camino, queremos seguir a Jesús, queremos estar con él.

Pero ahora, después de escuchar este relato sobrecogedor de su pasión y muerte, nos damos cuenta de las consecuencias que tiene aquel camino. Jesús defiende el amor y el servicio a todos los hombres por encima de cualquier clase de ley; Jesús se acerca a los pobres y a los débiles y proclama que son los preferidos de Dios; Jesús se opone a la mentira y la dureza de corazón; Jesús llama a vivir de una manera distinta, nueva, sostenida en la bondad inagotable del Padre. Y todo ello topa contra el muro de un mundo edificado sobre el pecado, sobre la cerrazón, sobre el dominio de unos sobre otros, sobre la falsedad. Y Jesús estorba. Y Jesús es detenido, torturado, ejecutado en el suplicio infamante de la cruz.

Mirándolo a él, colgado en la cima del Calvario, muriéndose por la sangre que ha perdido, por la debilidad y la asfixia, nos damos cuenta que si queremos seguir su camino, tenemos que cambiar mucho. Nosotros, una parte de cada uno de nosotros, formamos parte de este mundo a quien Jesús estorba. Nosotros aún pensamos y vivimos demasiado según los criterios de este mundo.

Por eso, hoy, al comenzar esta Semana Santa, debemos poner toda nuestra alma en Jesús y pedirle, una vez más, que nos transforme, que nos acerque a él, que ponga en nuestro corazón su mismo Espíritu. Y a la vez debemos pedirle que nos haga vivir con mucha fe estos días santos que empezamos. Tanto si nos quedamos en nuestro lugar habitual como si vamos fuera, estos días santos deben ser los días de la contemplación y el agradecimiento. Porque Jesús ha muerto por nosotros. Porque Jesús nos ha abierto un camino de vida. Porque Jesús nos sigue llamando, siempre, sin cansarse, a seguirlo.

JOSEP LLIGADAS

(mercabá)

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

DOMINGO DE RAMOS ¡VAMOS A JERUSALÉN!

Jesús parece que lleva prisa, sube decidido y remonta la pendiente que va de Jericó a la ciudad santa de Jerusalén.

Ya no hay tregua. El Maestro confía a los suyos la razón de ir a la ciudad: su próxima Pasión.

El miedo acosa a los discípulos, y en el aturdimiento rehúyen las palabras del Señor y especulan acerca de quién puede ser más y primero, sin querer enterarse del drama que guarda Jesús en su interior.

Dicen que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Estos días, no resistimos tantas noticias dolorosas. Como higiene mental nos evadimos hablando de dinero o de política, porque no soportamos tanta muerte.

Jesús sube a Jerusalén para dar la vida, y no porque se la quiten, ni por accidente, sino por ofrenda de amor. “Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos”, y Él nos llega a decir: “Vosotros sois mis amigos”.

La mente nos trae el recuerdo de aquella Semana Santa sin ¡Hosanna!, sin procesiones, sin "borriquilla", con el dolor de la pérdida de seres queridos: un horizonte terrible. Jesús nos invita a ir detrás de Él, pero no porque desee nuestro mal, sino para que podamos comprender nuestra mortalidad y transformar nuestro dolor con el suyo.

Viendo subir a Jesús a Jerusalén, cabe reaccionar como el ciego de Jericó, y levantarnos de un salto, soltar el manto del pesimismo escéptico, de la tristeza depresiva, y pedirle al Hijo de David que nos abra los ojos de la fe, ojos que se atreven a vislumbrar salvación detrás de sus pisada, de los pasos de Aquel que se encamina a la entrega total por amor.

No dejemos pasar este momento, lo podremos vivir evadidos, por miedo; aturdidos, por dolor; pero también podemos llevar el ramo del testigo, del mártir, de quien toma la palma de la entrega personal y solidaria. Cada uno podemos gritar, si es preciso, y con ello descansa el corazón, no solo: “Hosanna al Hijo de David, Bendito el que viene en nombre del Señor”, sino también, como el ciego: “Jesús, Hijo de David, ten piedad de nosotros”

Ángel Moreno de Buenafuente

 

 

REFLEXIÓN - 3

PASIÓN Y CONFIANZA

Domingo de Ramos. A 2 de abril de 2023

Con la celebración del Domingo de Ramos iniciamos la Semana Santa.

En la primera lectura, se nos ofrece el tercer canto del Siervo del Señor, que se incluye en la segunda parte del libro de Isaías. “El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes”. Es hermosa esa confesión de confianza en Dios, precisamente en una situación de acoso y de persecución.

El salmo 21 comienza con unas palabras que Jesús debió de recitar desde lo alto de la Cruz: “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado” (Sal 21,2). No es el lamento de un desesperado, puesto que el salmista confiesa más adelante que Dios ha escuchado su petición de auxilio (Sal 21,25). También en el himno del abajamiento del Cristo, que se recuerda en la segunda lectura, san Pablo nos abre a la perspectiva de una intervención de Dios que lo exalta y le da un nombre por encima de todo nombre (Flp 2,9).

ABANDONO HUMANO

Es oportuno recoger esas palabras que invitan a la esperanza en un momento en que la alegría de la bendición y procesión de los ramos parece oscurecerse cuando llega la hora de leer la pasión de Jesús según san Mateo.

En este texto, podemos subrayar al menos tres escenarios en los que se pone de manifiesto el abandono humano que ha de sufrir Jesús

• El primero de ellos sería el palacio de los sumos sacerdotes. Nos duele ver cómo Judas, uno de los discípulos, elegido personalmente por Jesús, negocia con los sacerdotes el precio que puede cobrar por entregarles a su Maestro (Mt 26,14-26).

• El segundo escenario es el salón en el que Jesús celebra la última cena junto con los Doce. Allí anuncia claramente que uno de ellos lo entregará y, ante la pregunta de Judas, responde que efectivamente él será el traidor (Mt 26, 25).

• El tercer lugar es Getsemaní. Mientras Jesús hace oración, lleno de tristeza y angustia, sus discípulos predilectos duermen. Cuando llegan los esbirros de los sumos sacerdotes y de los ancianos del pueblo, todos los discípulos lo abandonan y huyen (Mt 16,56).

EL ANUNCIO DE LA GRACIA

Pero aun hay más. Es interesante que el texto griego haya conservado esta frase aramea: “Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?”, que se traduce como “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Es necesario preguntarnos cómo entendemos ese lamento del Señor.

• “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Muchos lectores se identifican con algunos de los presentes en la crucifixión de Jesús. El sonido de las palabras y el recuerdo de un profeta (Mal 3,23-24) les hicieron pensar que suplicaba la asistencia del profeta Elías.

• “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Muchos olvidan el itinerario que sigue el orante que pronuncia este salmo. La llamada de auxilio al Señor se trasforma después en testimonio de su ayuda, en profesión de confianza y en anuncio de su gracia.

• “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” También hoy, muchos piensan que Dios los ha abandonado, cuando en realidad están padeciendo el abandono de quienes debían mostrarles su cercanía y prestarles su apoyo.

- Señor Jesús, entregado por nosotros y por nuestra salvación, queremos estar junto a ti en el momento de tu entrega. Enséñanos a ponernos confiadamente en las manos de Dios y a ayudar a nuestros hermanos a pasar por el valle del dolor. Amén.

José-Román Flecha Andrés