LA
PRUEBA DEL AMOR
Hemos
entrado ya, de lleno, en la contemplación del camino de
Jesús que, por amor, da la vida. En la cruz, en
aquellas tinieblas que se extienden por toda la tierra
desde el mediodía hasta la media tarde, se oye su
grito: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?" En aquellas tinieblas, en aquellas
palabras llenas de angustia, se concentra todo el mal,
todo el dolor, todo el pecado de la humanidad entera.
Jesús experimenta la tristeza, el abandono de la
muerte. Incluso se siente abandonado por aquel Dios a
quien él llama Padre con tanta ternura.
Hemos
empezado nuestro encuentro de hoy recordando la aclamación
alegre de la gente que, en Jerusalén, recibe con gozo a
aquel profeta que llega de Galilea y proclama la Buena
Nueva, la vida nueva, el amor inmenso y transformador de
Dios. Nosotros nos hemos unido a aquella aclamación, y
hemos afirmado que el camino de Jesús nos atrae, nos
llama hasta el fondo de nuestro corazón. Hemos afirmado
que nosotros queremos seguir este camino, queremos
seguir a Jesús, queremos estar con él.
Pero
ahora, después de escuchar este relato sobrecogedor de
su pasión y muerte, nos damos cuenta de las
consecuencias que tiene aquel camino. Jesús defiende el
amor y el servicio a todos los hombres por encima de
cualquier clase de ley; Jesús se acerca a los pobres y
a los débiles y proclama que son los preferidos de
Dios; Jesús se opone a la mentira y la dureza de corazón;
Jesús llama a vivir de una manera distinta, nueva,
sostenida en la bondad inagotable del Padre. Y todo ello
topa contra el muro de un mundo edificado sobre el
pecado, sobre la cerrazón, sobre el dominio de unos
sobre otros, sobre la falsedad. Y Jesús estorba. Y Jesús
es detenido, torturado, ejecutado en el suplicio
infamante de la cruz.
Mirándolo
a él, colgado en la cima del Calvario, muriéndose por
la sangre que ha perdido, por la debilidad y la asfixia,
nos damos cuenta que si queremos seguir su camino,
tenemos que cambiar mucho. Nosotros, una parte de cada
uno de nosotros, formamos parte de este mundo a quien
Jesús estorba. Nosotros aún pensamos y vivimos
demasiado según los criterios de este mundo.
Por
eso, hoy, al comenzar esta Semana Santa, debemos poner
toda nuestra alma en Jesús y pedirle, una vez más, que
nos transforme, que nos acerque a él, que ponga en
nuestro corazón su mismo Espíritu. Y a la vez debemos
pedirle que nos haga vivir con mucha fe estos días
santos que empezamos. Tanto si nos quedamos en nuestro
lugar habitual como si vamos fuera, estos días santos
deben ser los días de la contemplación y el
agradecimiento. Porque Jesús ha muerto por nosotros.
Porque Jesús nos ha abierto un camino de vida. Porque
Jesús nos sigue llamando, siempre, sin cansarse, a
seguirlo.
JOSEP
LLIGADAS
(mercabá)