EL
TESTAMENTO
Decía el difunto el
Benedicto XVI que San Juan, de modo más amplio que los
otros evangelistas y con un estilo propio, nos ofrece en
su evangelio los discursos de despedida de Jesús, que
son casi como su testamento y síntesis del núcleo
esencial de su mensaje. Al inicio de dichos discursos
aparece el lavatorio de los pies, gesto de humildad en
el que se resume el servicio redentor de Jesús por la
humanidad necesitada de purificación. Al final, las
palabras de Jesús se convierten en oración, en su
Oración sacerdotal, en cuyo trasfondo, se halla el
ritual de la fiesta judía de la Expiación. El sentido de
aquella fiesta y de sus ritos.
Por tanto, fue en la cena
de la pascua judía cuando tuvieron lugar los
acontecimientos que celebramos todos los años el día del
Jueves Santo. El texto del libro del Éxodo nos describe
de forma abreviada el estricto ritual de esa cena, en
que se recordaba la acción liberadora de Dios para con
su pueblo.
Era una cena de familia en
que, de forma dramatizada, el más joven de los
asistentes preguntaba al padre de familia el porqué de
esa celebración. Y este hombre adulto explicaba que en
aquel día de pascua el Señor pasó por la tierra de
Egipto salvando a los israelitas. Era la Pascua, es
decir el paso liberador de Yahvé.
Por eso, era una comida
especial en la que el cordero asado a fuego estaba
aderezado únicamente con verduras amargas y panes sin
fermentar. Y los comensales adoptaban posturas impropias
de una comida: la cintura ceñida, las sandalias en los
pies, un bastón en la mano, y debían comer rápidamente.
Fue en la celebración de
aquella pascua judía cuando tuvo lugar el relato del
Evangelio de hoy. Juan inicia la narración de la cena
con gran solemnidad, como si todo el evangelio hubiera
sido su preparación: “Sabiendo Jesús que había llegado
la hora de pasar de este mundo al Padre”., habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta
el extremo… Esta introducción tan solemne, dice Javier
Gafo, uno esperaría que fuese para la institución de la
eucaristía…pero no. Juan la ha puesto para presentar a
Jesús haciendo un oficio de esclavo.
Se podrían hacer muchas
consideraciones en este día de Jueves Santo, pero nos
vamos a detener en tres:
a. El lavatorio (servicio)
“Jesús se levanta de la
cena y se pone a lavarles los pies a los discípulos”. La
vida entera de Jesús está resumida en este gesto: sus
palabras, sus milagros, su amistad con los pecadores, su
llamada a la conversión, su defensa de la verdadera vida
humana, su simplicidad, su humildad, su muerte, toda su
vida es vida de comunión con los hombres, de servicio.
“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el extremo”.
Esta narración no forma
parte, dicen los entendidos, de la primitiva catequesis
cristiana, seguramente, dice, Papini, porque los
primeros evangelistas temían escandalizar con ella a los
neófitos. Solo una madre o un esclavo hubiera podido
hacer lo que Jesús hizo aquella noche. La madre a sus
hijos pequeños y a nadie más. El esclavo lo haría por
obediencia. Ningún judío estaba obligado a lavar los
pies a sus amos, para mostrar de esta forma que ningún
judío era esclavo.
¿Qué sentido, pues, puede
tener este gesto de Jesús?. Quizás sea como un resumen y
un símbolo de la vida de aquel que vino a servir y amar.
San Pablo lo expresará al decir: Cristo, a pesar, de su
condición divina, no hizo alarde de su categoría de
Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomo la
condición de esclavo pasando por uno de tantos…y se
rebajó hasta someterse incluso a la muerte… Todo para
salvarnos a nosotros.
b. La eucaristía (memoria de una vida de servicio y
fraternidad)
La segunda consideración
de este día de Jueves Santo la tenemos en la institución
de la eucaristía. San Pablo, habla de “una tradición,
que procede del Señor y que a mi vez os he trasmitido”.
El texto de la Carta a los corintios refleja, ese gesto
de Jesús por el que se perpetúa su presencia entre los
hombres en el pan y en el vino. Ha surgido la nueva
pascua, el nuevo paso del Señor Jesús por la comunidad
de los creyentes, que ya no se celebra solamente una vez
al año, sino siempre que los cristianos se reúnen, y
proclaman la muerte salvadora de Jesucristo.
La tradición sobre la
institución de la eucaristía, que Pablo había recibido
del Señor, viene precedida en la Carta a los corintios
de otro exordio, menos solemne ahora, en que el apóstol
critica las desigualdades de los cristianos al celebrar
la cena del Señor: “Mientras uno pasa hambre, otro se
embriaga… ¿o es que despreciáis a la Iglesia de Dios y
avergonzáis a los que no tienen?”. Y acaba afirmando con
dureza: “Examínese, pues cada cual, y coma entonces el
pan y beba el cáliz. Pues quien come y bebe sin
discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo”.
Con la eucaristía seguimos
haciendo memoria de Jesús. Hoy también nosotros
celebramos la vieja y la nueva pascua. Lo hacemos en
esta iglesia, al igual que lo celebran también en algún
escondido lugar de la tierra donde un pequeño grupo de
creyentes lo hace con sencillez extrema, como aquella
comunidad de Corinto. Unidos a la tradición de Pablo y
de los Evangelios –repitiendo las mismas palabras de
Jesús, por las que él se hace presente en el pan y en el
vino consagrados–.
El lavatorio y la
Institución de la eucaristía nos vienen a recordar algo
que nunca debiéramos perder de vista: que Eucaristía y
servicio vienen a ser una misma cosa. Porque no podemos
entender lo que es Eucaristía si no entendemos lo que es
servicio, no podemos vivir la Eucaristía si no vivimos
con actitudes de servicio, no podemos participar en la
Eucaristía si no somos servidores de los pobres.
c. El sacerdocio (la entrega)
Me acercaré al altar de
Dios; al Dios que llena de alegría mi juventud, mi vida
(Cf. Sal 43, 4).Así comienza el sacerdote la misa.
El sacerdocio es un
carisma recibido del Señor, pero también una forma de
vivir, de estar en el mundo, de servir a los demás. El
sacerdote celebra los misterios de Dios, administra los
sacramentos y la palabra de vida, habla de Cristo y
ayuda a los pobres. Los sacerdotes, presbíteros, son
como hermanos mayores.
Según el Santo Padre,
rezar, curar y anunciar son los tres imperativos
esenciales de la vida y del ministerio de los
sacerdotes, quienes, de este modo, serán fieles a su
ordenación y evitarán convertirse en burócratas de lo
sagrado.
El sacerdote es el que
señala el camino, y debería ser el primero en hacer lo
que tienen que hacer los demás, el primero en emprender
el camino que han de seguir los demás. Esto significa
que debe vivir de la Palabra de Dios, debe ser hombre de
oración, de perdón, hombre que recibe y celebra los
sacramentos como actos de oración y de encuentro con el
Señor. El sacerdote ha de ser hombre de caridad vivida y
celebrada, que transforme toda su actividad y ministerio
en actos espirituales en comunión con Cristo para la
salvación de los demás. Rogad, pues, por vuestros
sacerdotes y pedidle a la Virgen María que los mantenga
bajo su amparo.
(Agustinos)