"Querido hermano.
Ante todo gracias por tu
coraje. Es un coraje
cristiano que no teme la
cruz, no teme anonadarse
delante la tremenda realidad
del pecado. Así lo hizo el
Señor (Fil 2. 5-8). Es una
gracia que el Señor te ha
dado y veo que vos la querés
asumir y custodiar para que
dé fruto. Gracias.
Me decís que estás
atravesando un momento de
crisis, y no sólo vos sino
también la Iglesia en
Alemania lo está viviendo.
Toda la Iglesia está en
crisis a causa del asunto de
los abusos; más aún, la
Iglesia hoy no puede dar un
paso adelante sin asumir
esta crisis. La polítiéa del
avestruz no lleva a nada, y
la crisis tiene que ser
asumida desde nuestra fe
pascual. Los sociologismos,
los psicologismos, no
sirven. Asumir la crisis,
personal y comunitariamente,
es el único camino fecundo
porque de una crisis no se
sale solo sino en comunidad
y además debemos tener en
cuenta que de una crisis se
sale o mejor o peor, pero
nunca igual.
Me decís que desde el año
pasado venís reflexionando:
te pusiste en camino,
buscando la voluntad de Dios
con la decisión de aceptarla
fuese cual fuese.
Estoy de acuerdo contigo en
calificar· de catástrofe la
triste historia de los
abusos sexuales y el modo de
enfrentarlo que tomó la
Iglesia hasta hace poco
tiempo. Caer en la cuenta de
esta hipocresía en el modo
de vivir la fe es una
gracia, es un primer paso
que debemos dar. Tenemos que
hacernos cargo de la
historia, tanto personal
como comunitariamente. No se
puede permanecer indiferente
delante de este cnmen.
Asumirlo supone ponerse en
crisis.
No todos quieren aceptar
esta realidad, pero es el
único camino, porque hacer
"propósitos" de cambio de
vida sin "poner la carne
sobre el asador" no conduce
a nada. Las realidades
personales, sociales e
históricas son concretas y
no deben asumirse con ideas;
porque las ideas se discuten
(y está bien que así sea)
pero la realidad debe ser
siempre asumida y
discernida. Es verdad que
las situaciones históricas
han de ser interpretadas con
la hermenéutica de la época
en que sucedieron, pero esto
no nos exime de hacemos
cargo y asumirlas como
historia del "pecado que nos
asedia". Por tanto, a mi
juicio, cada Obispo de la
Iglesia debe asumirlo y
preguntarse ¿qué debo hacer
delante de esta catástrofe?
El "mea culpa" delante a
tantos errores históricos
del pasado lo hemos hecho
más de una vez ante muchas
situaciones aunque
personalmente no hayamos
participado en esa coyuntura
histórica. Y esta misma
actitud es la que se nos
pide hoy. Se nos pide una
reforma, que - en este caso
- no consiste en palabras
sino en actitudes que tengan
el coraje de ponerse en
crisis, de asumir la
realidad sea cual sea la
consecuencia. Y toda reforma
comienza por sí mismo. La
reforma en la Iglesia la han
hecho hombres y mujeres que
no tuvieron miedo de entrar
en crisis y dejarse reformar
a sí mismos por el Señor. Es
el único camino, de lo
contrario no seremos más que
"ideólogos de reformas" que
no ponen en juego la propia
carne.
El Señor no aceptó nunca
hacer "la reforma"
(permítaseme la expresión)
ni con el proyecto fariseo o
el saduceo o el zelote o el
esenio. Sino que la hizo con
su vida, con su historia,
con su carne en la cruz. Y
este es el camino, el que
vos mismo, querido hermano,
asumís al presentar la
renuncia.
Bien decís en tu carta que a
nada nos lleva sepultar el
pasado. Los silencios, las
omisiones, el dar demasiado
peso al prestigio de las
Instituciones sólo conducen
al fracaso personal e
histórico, y nos llevan a
vivir con el peso de "tener
esqueletos en el armario",
como reza el dicho.
Es urgente "ventilar" esta
realidad de los abusos y de
cómo procedió la Iglesia, y
dejar que el Espíritu nos
conduzca al desierto de la
desolación, a la cruz y a la
resurrección. Es camino del
Espíritu el que hemos de
seguir, y el punto de
partida es la confesión
humilde: nos hemos
equivocado, hemos pecado. No
nos salvarán las encuestas
ni el poder de las
instituciones. No nos
salvará el prestigio de
nuestra Iglesia que tiende a
disimular sus pecados; no
nos salvará ni el poder del
dinero ni la opinión de los
medios (tantas veces somos
demasiado dependientes de
ellos). Nos salvará abrir la
puerta al Único que puede
hacerlo y confesar nuestra
desnudez: "he pecado",
"hemos pecado"... y llorar,
y balbucear como podamos
aquel "apártate de mi que
soy un pecador", herencia
que el primer Papa dejó a
los Papas y a los Obispos de
la Iglesia. Y entonces
sentiremos esa vergüenza
sanadora que abre las
puertas a la compasión y
ternura del Señor que
siempre nos está cercana.
Como Iglesia debemos pedir
la gracia de la vergüenza, y
que el Señor nos salve de
ser la prostituta
desvergonzada de Ezequiel
16.
Me gusta como terminas la
carta: "Continuaré con gusto
a ser sacerdote y obispo de
esta Iglesia y continuaré a
empeñarme a nivel pastoral
siempre y cuando lo retenga
sensato y oportuno. Quisiera
dedicar los años futuros de
mi servicio en modo más
intenso a la cura pastoral y
empeñarme por una renovación
espiritual de la Iglesia,
como Usted incansablemente
lo pide"
Y esta es mi respuesta,
querido hermano. Continúa
como lo propones pero como
Arzobispo de Munchen und
Freising. Y si te viene la
tentación de pensar que, al
confirmar tu misión y al no
aceptar tu dimisión, este
Obispo de Roma (hermano tuyo
que te quiere) no te
comprende, pensá en lo que
sintió Pedro delante del
Señor cuando, a su modo, le
presentó la renuncia:
"apártate de mi que soy un
pecador", y escuchá la
respuesta: "pastorea a mis
ovejas".
Con fraterno afecto.
Francisco"