Francisco condenaba sin medias tintas los excesos del capitalismo especulativo, las guerras a beneficio de las grandes industrias militares, el destrozo de la atmósfera o el abandono de los pobres en las sociedades ricas.
Aun así, el Congreso de los Estados Unidos le invitó a tomar la palabra ante las dos cámaras reunidas en sesión conjunta según el formato de discursos del estado de la Unión, con los magistrados del Tribunal Supremo en la primera fila.
Los parlamentarios más poderosos del mundo, en su abrumadora mayoría anglosajones, aplaudieron una y otra vez en pie a un líder religioso católico y, para colmo, argentino.
Pero, en paralelo, las grandes compañías carboneras iniciaron las primeras campañas contra Francisco ya antes de la encíclica ecológica Laudato si, la más vigorosa defensa de la atmósfera común cuando los Estados no se atrevían a rescatarla con la energía necesaria.
Otros intereses económicos como las petroleras, los fondos de inversión especulativos y las industrias de armamento empezaron a considerar al Papa como un enemigo. Y a incluir su desgaste como parte de su actividad de márketing indirecto o de entrega de dinero a través de las clásicas cadenas de fundaciones, think tanks, lobbies que se autopresentan como grupos ciudadanos, portales digitales combativos muy bien financiados, etc.