
GRETA
THUNBERG
Juan
Manuel de Prada
El ascenso y apoteosis de esa adolescente
sueca, Greta Thunberg, nos sirve para entender mejor el
espíritu de nuestra época. Salta a la vista que Greta Thunberg es
una muchacha trastornada, cuyo activismo frenético y aspaventero no
es más que la reacción defensiva contra algún trauma que ha dejado
en su alma una huella mucho más profunda que la huella de carbono.
Salta a la vista que a Greta Thunberg le han robado los sueños y la
infancia, como ella misma ha confesado; pero sospecho que los
ladrones no se hallan entre los gerifaltes de la economía y la
política, sino más bien en su círculo familiar. Salta a la vista, en
fin, que Greta Thunberg está siendo utilizada del modo más indigno
concebible. Y horroriza pensar que el mundo haga como que no se
entera.
Tal vez sea esta falta de caridad hacia
Greta Thunberg lo que más nos horroriza. Todos los que aplauden
a Greta Thunberg saben que es una muchacha trastornada y consumida
por padecimientos íntimos que ha sublimado, transmutándolos en
obsesión mesiánica de tipo ecologista. Y, aún sabiéndolo, la jalean,
porque es rentable para su causa; porque han descubierto que Greta
Thunberg ejerce sobre las masas una rara fascinación que les permite
colocar su mercancía ideológica con un impacto mediático arrasador.
No hace falta siquiera entrar a discutir la naturaleza de ese
mensaje para concluir que esa utilización es gravemente inmoral; si
además consideramos que ese mensaje puede ser una superchería, o al
menos una simplificación burda, la utilización adquiere contornos
tenebrosos. Una sociedad que aún guardase un rescoldo de
conciencia se rebelaría contra esta utilización sórdida.
Pero, lejos de producirse esta reacción, las
masas escuchan a Greta Thunberg con veneración. No contentos con
permitir que una muchacha trastornada sea utilizada de forma
descarada, la convertimos en ídolo de masas. De este modo, la
impiedad se convierte en la antesala del idiotismo. Permitir que
una muchacha trastornada sea utilizada como títere de una causa de
fachada reluciente y trastienda turbia revela, desde luego, que la
nuestra es una época perversa; pero que una adolescente aquejada de
diversos trastornos mentales se convierta en ídolo de masas se nos
antoja todavía más perturbador y desasosegante. Si los gerifaltes
que manejan el cotarro eligen a una adolescente como estandarte de
una causa cuya defensa exige grandes conocimientos científicos es
porque saben perfectamente que se dirigen a masas que han dimitido
de la nefasta manía de pensar. Masas fácilmente manipulables que
recurren a la sensiblería para hacerse perdonar su dureza de
corazón; y que, dimitidas del raciocinio, se dejan pastorear por los
eslóganes más burdos y esquemáticos. Masas idiotizadas,
huérfanas de cimientos vitales, que convierten cualquier cliché
ideológico, cuando se sirve mediáticamente del modo idóneo, en
emoción instantánea; masas alienadas que pueden convertir esas
emociones instantáneas en razón de su obrar, sin pasarlas por los
alambiques del pensamiento. Masas, en fin, tan cretinizadas como
el perro de Paulov.
Como ahora lo que uno escribe
acaba rodando por las letrinas de interné y siendo
utilizado por gentes variopintas pro domo sua,
conviene especificar que quien esto escribe es
anticapitalista y defiende una economía fundada en
la dignidad del trabajo y en el cuidado de la
naturaleza. Pero el capitalismo no es tan sólo una
doctrina económica, sino sobre todo una agenda
antropológica arrasadora que destruye los cimientos
vitales, hasta convertirnos en guiñapos humanos.
Greta Thunberg es una víctima más de esa agenda
antropológica; y es también su apostólico títere.
Publicado en
ABC.
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