Majestades,
Señor Cardenal Arzobispo de Madrid,
Señores Cardenales,
Venerados hermanos en el Episcopado
y el Sacerdocio,
Distinguidas Autoridades Nacionales,
Autonómicas y Locales, Querido
pueblo de Madrid y de España entera
Gracias, Majestad, por su presencia
aquí, junto con la Reina, y por las
palabras tan deferentes y afables
que me ha dirigido al darme la
bienvenida. Palabras que me hacen
revivir las inolvidables muestras de
simpatía recibidas en mis anteriores
visitas apostólicas a España, y muy
particularmente en mi reciente viaje
a Santiago de Compostela y
Barcelona.
Saludo muy cordialmente a los que
estáis aquí reunidos en Barajas, y a
cuantos siguen este acto a través de
la radio y la televisión. Y también
una mención muy agradecida a los que
con tanta entrega y dedicación,
desde instancias eclesiales y
civiles, han contribuido con su
esfuerzo y trabajo para que esta
Jornada Mundial de la Juventud en
Madrid se desarrolle felizmente y
obtenga frutos abundantes.
Deseo también agradecer de todo
corazón la hospitalidad de tantas
familias, parroquias, colegios y
otras instituciones que han acogido
a los jóvenes llegados de todo el
mundo, primero en diferentes
regiones y ciudades de España, y
ahora en esta gran Villa de Madrid,
cosmopolita y siempre con las
puertas abiertas.
Vengo aquí a encontrarme con
millares de jóvenes de todo el
mundo, católicos, interesados por
Cristo o en busca de la verdad que
dé sentido genuino a su existencia.
Llego como Sucesor de Pedro para
confirmar a todos en la fe, viviendo
unos días de intensa actividad
pastoral para anunciar que
Jesucristo es el Camino, la Verdad y
la Vida. Para impulsar el compromiso
de construir el Reino de Dios en el
mundo, entre nosotros. Para exhortar
a los jóvenes a encontrarse
personalmente con Cristo Amigo y
así, radicados en su Persona,
convertirse en sus fieles seguidores
y valerosos testigos.
¿Por qué y para qué ha venido esta
multitud de jóvenes a Madrid? Aunque
la respuesta deberían darla ellos
mismos, bien se puede pensar que
desean escuchar la Palabra de Dios,
como se les ha propuesto en el lema
para esta Jornada Mundial de la
Juventud, de manera que, arraigados
y edificados en Cristo, manifiesten
la firmeza de su fe.
Muchos de ellos han oído la voz de
Dios, tal vez solo como un leve
susurro, que los ha impulsado a
buscarlo más diligentemente y a
compartir con otros la experiencia
de la fuerza que tiene en sus vidas.
Este descubrimiento del Dios vivo
alienta a los jóvenes y abre sus
ojos a los desafíos del mundo en que
viven, con sus posibilidades y
limitaciones. Ven la
superficialidad, el consumismo y el
hedonismo imperantes, tanta
banalidad a la hora de vivir la
sexualidad, tanta insolidaridad,
tanta corrupción. Y saben que sin
Dios sería arduo afrontar esos retos
y ser verdaderamente felices,
volcando para ello su entusiasmo en
la consecución de una vida
auténtica. Pero con Él a su lado,
tendrán luz para caminar y razones
para esperar, no deteniéndose ya
ante sus más altos ideales, que
motivarán su generoso compromiso por
construir una sociedad donde se
respete la dignidad humana y la
fraternidad real. Aquí, en esta
Jornada, tienen una ocasión
privilegiada para poner en común sus
aspiraciones, intercambiar
recíprocamente la riqueza de sus
culturas y experiencias, animarse
mutuamente en un camino de fe y de
vida, en el cual algunos se creen
solos o ignorados en sus ambientes
cotidianos. Pero no, no están solos.
Muchos coetáneos suyos comparten sus
mismos propósitos y, fiándose por
entero de Cristo, saben que tienen
realmente un futuro por delante y no
temen los compromisos decisivos que
llenan toda la vida. Por eso me
causa inmensa alegría escucharlos,
rezar juntos y celebrar la
Eucaristía con ellos. La Jornada
Mundial de la Juventud nos trae un
mensaje de esperanza, como una brisa
de aire puro y juvenil, con aromas
renovadores que nos llenan de
confianza ante
Ciertamente, no faltan dificultades.
Subsisten tensiones y choques
abiertos en tantos lugares del
mundo, incluso con derramamiento de
sangre. La justicia y el altísimo
valor de la persona humana se
doblegan fácilmente a intereses
egoístas, materiales e ideológicos.
No siempre se respeta como es debido
el medio ambiente y la naturaleza,
que Dios ha creado con tanto amor.
Muchos jóvenes, además, miran con
preocupación el futuro ante la
dificultad de encontrar un empleo
digno, o bien por haberlo perdido o
tenerlo muy precario e inseguro. Hay
otros que precisan de prevención
para no caer en la red de la droga,
o de ayuda eficaz, si por desgracia
ya cayeron en ella. No pocos, por
causa de su fe en Cristo, sufren en
sí mismos la discriminación, que
lleva al desprecio y a la
persecución abierta o larvada que
padecen en determinadas regiones y
países. Se les acosa queriendo
apartarlos de Él, privándolos de los
signos de su presencia en la vida
pública, y silenciando hasta su
santo Nombre. Pero yo vuelvo a decir
a los jóvenes, con todas las fuerzas
de mi corazón: que nada ni nadie os
quite la paz; no os avergoncéis del
Señor. Él no ha tenido reparo en
hacerse uno como nosotros y
experimentar nuestras angustias para
llevarlas a Dios, y así nos ha
salvado.
En este contexto, es urgente ayudar
a los jóvenes discípulos de Jesús a
permanecer firmes en la fe y a
asumir la bella aventura de
anunciarla y testimoniarla
abiertamente con su propia vida. Un
testimonio valiente y lleno de amor
al hombre hermano, decidido y
prudente a la vez, sin ocultar su
propia identidad cristiana, en un
clima de respetuosa convivencia con
otras legítimas opciones y exigiendo
al mismo tiempo el debido respeto a
las propias.
Majestad, al reiterar mi
agradecimiento por la deferente
bienvenida que me habéis dispensado,
deseo expresar también mi aprecio y
cercanía a todos los pueblos de
España, así como mi admiración por
un País tan rico de historia y
cultura, por la vitalidad de su fe,
que ha fructificado en tantos santos
y santas de todas las épocas, en
numerosos hombres y mujeres que
dejando su tierra han llevado el
Evangelio por todos los rincones del
orbe, y en personas rectas,
solidarias y bondadosas en todo su
territorio. Es un gran tesoro que
ciertamente vale la pena cuidar con
actitud constructiva, para el bien
común de hoy y para ofrecer un
horizonte luminoso al porvenir de
las nuevas generaciones. Aunque haya
actualmente motivos de preocupación,
mayor es el afán de superación de
los españoles, con ese dinamismo que
los caracteriza, y al que tanto
contribuyen sus hondas raíces
cristianas, muy fecundas a lo largo
de los siglos.
Saludo desde aquí muy cordialmente a
todos los queridos amigos españoles
y madrileños, y a los que han venido
de tantas otras tierras. Durante
estos días estaré junto a vosotros,
teniendo también muy presentes a
todos los jóvenes del mundo, en
particular a los que pasan por
pruebas de diversa índole. Al
confiar este encuentro a la
Santísima Virgen María, y a la
intercesión de los santos
protectores de esta Jornada, pido a
Dios que bendiga y proteja siempre a
los hijos de España.
Muchas gracias.