Estos días están los políticos
enzarzados por el tema de las elecciones del 20 de
Noviembre: que si
los programas están bien, que si están mal, que si
ganarán unos,
que si lo harán los contrarios, que si "te apoyo si me
das...", que si "te critico si no me
das"...
Y se llenan la boca diciendo, cada
uno, que lleva los programas más sociales, los que se preocupan más de los más débiles...
Las más de las veces sólo palabras bonitas para la galería.
El
caso es que, para que haya unos presupuestos, para tener
unas inversiones, debe haber unos impuestos.
El
tema de subir o bajar impuestos está en todas las
campañas electorales.
Y
sabemos que, si bajan de un sitio, y se cacareará la
bajada, calladamente, sin que nadie se entere, se
subirá de otra parte. Sólo saldrán a la palestra las
subidas tradicionales: el alcohol, el tabaco y los
carburantes. El caso es que cada vez hay que pagar más
impuestos, directos e indirectos.
Y es
que con esos impuestos, dirán los políticos, os damos
educación, la sanidad, las pagas de los jubilados y
parados, las carreteras... Sin pagar impuestos no
se puede hacer nada; no se puede dar nada gratis.
Es
lógico que lo común se pague en común, en proporción
a lo que cada uno tiene.
¿Es
lícito pagar el impuesto al César? ¿a los
"césares" de turno?
Jesús
no entra en una cuestión que le ponen para hacerle
caer. En otra ocasión, en la que tocaba pagar
impuestos, Jesús le dice a Pero que, aunque el dueño
de toda la tierra no tiene porqué pagarlos, que vaya al
lago, saque un pez y tome las dos monedas que lleva en
la boca y que pague por los dos.
A
él le interesa otro tema.
Si
con los impuestos pagamos a los jefes de la tierra lo
que nos dan, ¿cómo pagamos a Dios lo que nos da?
Los
jefes de la tierra cobran y, después, dan. Dios da y,
después, espera nuestra respuesta, no la exige, no mete
en la cárcel si no se responde.
Él
nos ha dado la vida, la creación, para que la
compartamos como buenos hermanos, él está siempre a
nuestro lado para que vayamos seguros por el camino de
la vida. Y, cuando rompimos con él por el pecado, nos
dio lo que más quería, su Hijo, que, muriendo por
nosotros en la cruz, nos devolvió la amistad con Él y
nos abrió las puertas de su Reino para que vivamos
eternamente en su compañía. Él, que es Amor, se ha
dado total y gratuitamente a nosotros.
¿Damos
a Dios lo que es de Dios?
¿Cómo
estamos respondiendo?
La
Eucaristía, otro gran regalo. El Pan de la Palabra, el
Cuerpo y Sangre de Cristo, la fraternidad...
No
seamos tacaños con Dios.