PRESENTACIÓN
La
parábola de hoy aparece únicamente en el evangelio de San
Mateo.
Es la
primera de tres parábolas sobre el mismo tema básico: el
contraste entre el "no" verbal y después el
"sí" de los hechos y el "sí" verbal y
después el "no" de los hechos. Los mismos
adversarios de Jesús admitirán que los hechos son el
respaldo de la obediencia.
Aquellos
sumos sacerdotes y ancianos a los que se dirige Jesús,
están convencidos de que el que ha obrado rectamente ha
sido el segundo hijo ya que no se ha atrevido a decir
"no" a su padre, le ha obedecido "de
palabra". El que ha dicho "no" ha
desobedecido, ha faltado al mandamiento de honrar a los
padres.
Para
aquellos dirigentes del pueblo, lo importante es el
cumplimiento externo.
Para
Jesús, lo importante va por otra parte: "¿quién ha
hecho lo que quería el padre?"
Los
jefes del pueblo se quedaron en el "no quiero" y
en el "voy, señor". Jesús va más adelante: el
del "no quiero", fue y el del "voy,
Señor", no fue.
Muchos
sacerdotes, ancianos, fariseos, se sentían satisfechos de
su cumplimiento de la Ley, o mejor, de la infinidad de
preceptos y normas en las que había derivado, oscureciendo,
con frecuencia, el sentido de la misma.
Aparentemente
decían "sí, señor", ¿pero realmente hacían lo
que el Padre quería?. De hecho, rechazaron a Juan Bautista,
el precursor del Mesías y rechazaron al Hijo.
Los
publicanos, las prostitutas, los pecadores, reconocieron su
pecado. Como dice el evangelio de hoy: "después se
arrepintió y fue".
El
Evangelio también está destinado para aquellos que eran
despreciados por los que se creían justos.
Cristo
tiene preferencia por esa clase de pobres que son los
pecadores, que, cuando se convierten, están por delante de
quienes se creen justos porque cumplen externamente.
La
parábola nos presenta, pues, la predilección de Jesús por
los pecadores cuando estos, arrepentidos, vuelven. El
evangelio está lleno de pasajes con este tema (el hijo
pródigo, la dracma perdida, la oveja perdida, Zaqueo...).
También,
en el transfondo de la parábola está el tema de las
semanas anteriores: los judíos y los gentiles. Los que han
dicho "sí" a la Ley y han rechazado el evangelio
y los que, viviendo en el "no", han acogido a
Cristo.
Estamos
tentados a juzgar a la gente por la fachada, por lo externo,
por las "pintas" que tienen, también en el
interior de la comunidad cristiana.
No marquemos a nadie
como justo o pecador, vaya a ser que nos equivoquemos.
MATEO
21,
28-32
En
aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes
y a los ancianos del pueblo:
-¿Qué
os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se
acercó al primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a
trabajar en la viña.»
El
le contestó:
-«No
quiero.» Pero después se arrepintió y fue.
Se
acercó al segundo y le dijo lo mismo.
El
le contestó:
-«Voy,
señor.» Pero no fue.
¿Quién
de los dos hizo lo que quería el padre?
Contestaron:
-El
primero.
Jesús
les dijo:
-Os
aseguro que los publicanos y las prostitutas os
llevan la delantera en el camino del Reino de
Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos
el camino de la justicia y no le creísteis; en
cambio, los publicanos y prostitutas lo
creyeron. Y aun después de ver esto vosotros no
os arrepentisteis ni le creísteis.
Palabra
de Dios
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Recuerdo
que en mi infancia, y en la de casi todos
vosotros, una de las faltas más graves en
la familia era la mala contestación y la
desobediencia.
Los
padres se merecían todo el respeto.
Desobedecer,
contestar :"no quiero", "no
me da la gana", acarreaba un buen
castigo.
En
la familia cada uno tiene su lugar y su
misión y debe ejercerlos para que todo
marche bien. Los padres no pueden dejar,
despreocupándose, la educación de sus
hijos, y menos en el terreno moral, al
Estado o a otras instituciones.
Quizás
por este abandono de funciones y por el
poco apoyo que se recibe de las
instituciones del Estado, se han perdido
en la familia valores como el respeto
mutuo, la obediencia, la unidad y el amor,
que lo traba todo.
En
el Evangelio se habla de familia, de padre
e hijos; de padre que manda a sus hijos y
de hijos que responden de manera diversa.
Del hijo que le dice al padre: "no
voy", pero que, después, va y del
hijo que dice "voy", pero que no
va.
Al
final lo que importa es la actitud del
corazón, no lo que se dice con la boca;
lo que importa es hacer lo que el padre
quiere.
Las
parábolas que escuchábamos las semanas
pasadas estaban dirigidas a la gente en
general; la parábola de hoy está
dirigida "a los sumos sacerdotes y
ancianos del pueblo".
La
idea de Jesús está clara: el padre es
Dios y tiene dos hijos: el
"bueno", los sumos sacerdotes,
los ancianos, las autoridades de pueblo
judío, y el "malo",
representado por los publicanos y las
prostitutas.
Los
primeros tienen la misión, encomendada
por el Padre, de guiar, cuidar, ayudar al
pueblo; han dicho "sí", de ahí
su autoridad, pero no están haciendo
nada; no están sirviendo al pueblo sino
sirviéndose de él.
Los
segundos están señalados, son los
"malos", los pecadores; nadie
puede acercarse a ellos sin quedar
contaminados; no están haciendo lo que el
Padre quiere, pero su corazón está
abierto al cambio.
Cuántas
veces actuamos para la galería, para que
la gente diga; cuántas veces nos importa
más la imagen que damos que lo que
realmente somos.
Pero
esto no nos vale con Dios, que conoce las
intenciones más profundas del corazón.
Lo importante es hacer la voluntad de Dios
y esto lleva consigo reconocer las propias
debilidades, los propios pecados, la
desobediencia, y cambiar. Entonces se
abren las puertas del Reino.
Lo
ha dicho el profeta Ezequiel en la primera
lectura: si el justo se aparta de su
justicia, muere por su maldad: si el
malvado se convierte, salva su vida.
Cada
uno dará cuenta de sus obras
Juzgamos
y tratamos a las personas según las
apariencias, y cuántas veces nos
engañamos; pero también intentamos dar
una imagen ante los demás de lo que
realmente no somos, engañándoles.
No
olvidemos que el que juzga es el Señor y
él conoce nuestros secretos más
recónditos.
A
los hombres les podemos engañar, pero no
a Dios, que penetra los corazones.
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