ASUNCIÓN, HORIZONTE DE ESPERANZA
Ya quisiera yo hablar
las lenguas de los ángeles y de los hombres, para poder
explicaros bien esto de «la Asunción» de María. Y
detallaros cómo sucedió la maravilla. Y aclararos,
además, si María, antes de ser llevada a los cielos,
murió o simplemente se quedó dormida. Y describiros cómo
es ya, desde entonces, su cuerpo glorioso. Y pintaros de
alguna manera ese cielo donde ella está.
Pero nuestro lenguaje
sobre «la Asunción» ha de enmarcarse siempre entre dos
extremos. Por una parte, la sabiduría del pueblo
cristiano y, por otra, el misterio y el dogma.
LA SABIDURÍA DEL
PUEBLO.--El, desde un principio, hizo su «mariología del
corazón». Y así, intuyó con acierto que aquella criatura
tan limpia no podía corromperse en el sepulcro. Tenía
que ser trasladada en cuerpo y alma a los cielos. Y,
desde esa idea, se lanzó a tallar estatuas y capiteles
bellísimos, a pintar frescos y lienzos increíbles, a
policromar vidrieras, a levantar ermitas, templos y
basílicas dedicadas a «la Asunción». ¡Qué dignidad y
galanura en esa «virgen que se duerme» entre apóstoles y
ángeles o que es llevada por ángeles a las alturas! Sí,
la sabiduría del pueblo acertó en su mariología.
EL MISTERIO Y EL
DOGMA.--Es decir, las palabras, incuestionables ya, de
Pío XII, cuando, en 1950, «declaraba y definía que la
Bienaventurada Virgen María, una vez terminado su curso
mortal en la tierra», etc., etc., etc... Sí. Uno
quisiera poseer las lenguas de los ángeles y de los
hombres. Pero, caminando entre estos dos extremos
aludidos, os brindo estas tres certezas:
1ª. La Asunción de
María es un sí al anhelo de inmortalidad que anida en el
corazón humano. El hombre sueña, ya lo sabéis, en
perpetuarse, en conseguir una dicha completa, en beber
la vida a raudales, en liberarse del dolor y la angustia
que dificultan su camino, en encontrar, en fin, un
horizonte sin nubes, claro y total. Pero ¿qué ocurre?
Que, como decía Job, «el hombre es corto de días y harto
de inquietudes, brota como una flor y se marchita...,
sus días están contados».
Pues bien, la Asunción
de María nos dice que la inmortalidad no es una utopía.
«Cristo resucitó --dice Pablo en una lectura de hoy--
primicia de los que han muerto». Pues, al proclamarse el
dogma de la Asunción, se nos está diciendo lo mismo: que
ella está también en «esa primicia». Y, «cuando Cristo
vuelva, lo seremos todos los cristianos»-- concluye
Pablo.
2ª. La Asunción es la
respuesta de luz dada a la oscuridad de la fe. ¿Podéis
imaginar un camino más incierto y desconcertante, más
teñido de «noche oscura» que el de María? ¿Hay un
«silencio de Dios» más grande y desolador que el que
soportó María en Belén, Nazaret, la vida pública o el
Calvario? Y, sin embargo, podemos decir de ella que
«estuvo al pie de la cruz» no sólo en el Calvario, sino
toda su vida. Isabel acertó cuando le dijo: «Dichosa tú
porque creíste».
3ª. La Asunción es el
aplauso a la sencillez. Por ahí andamos los hombres
sacando pecho, envarándonos ante nuestros mínimos
aciertos. María, criatura de lo pequeño, anduvo por la
tierra ofreciendo a Dios flores de sencillez, de trabajo
humilde, de servicio a escondidas. Y todas las «cosas
grandes» que en ella ocurrían las colocaba en su búcaro
de esclava: «El Señor hizo en mí maravillas porque miró
la humillación de su esclava». Y lo repite de mil
maneras: «El derriba del trono a los poderosos y
enaltece a los humildes».
Jesús fue «el Maestro».
Pero cuando, andando el tiempo, para indicarnos el modo
de ir a Dios nos diga que «el que se humilla será
ensalzado», casi estamos a punto de pensar que esa
doctrina la aprendió de su madre, doctora en
«humildades». ¡Asunción de María! ¡Qué horizonte de
esperanza!
ELVIRA |