LA
FRESCURA DE LOS COMIENZOS
En
la vida de las personas y de los grupos
humanos suele pasar que, si se pierde la
frescura y la fuerza de los orígenes, se
entra en la rutina, la apatía, el
cumplir...; se mantiene la estructura,
pero se pierde la vida.
Eso
suele pasar en la vida matrimonial y
familiar, en las asociaciones y partidos y
en la propia Iglesia.
Cuando
se pierde el amor, la ilusión, los
proyectos primeros, queda la rutina o la
ruptura.
Algo
sí le había pasado al pueblo de Israel.
Lejos había quedado el pacto del Sinaí,
cuando sus padres se encontraron con el
Señor en la montaña santa, cuando
habían experimentado en sus carnes la
acción liberadora de Yhavhé, que los
había sacado de la esclavitud y los
conducía a la tierra de la libertad.
Él nunca les abandonó, pero fueron
acomodándose, organizándose: normas,
leyes, culto..., hasta olvidar, como
recordaba el profeta
Oseas, que el Señor prefiere la
misericordia a los sacrificios.
Jesús
también lo dice; se compadece de la gente
porque están extenuados y abandonados,
como ovejas que no tienen pastor.
Con
Jesús han llegados los tiempos nuevos. Y
comienza la andadura del nuevo y
definitivo pueblo de Dios, del que Israel
fue un signo.
Un
nuevo Pueblo de Dios; un nuevo pacto
sellado con la sangre de Cristo, piedra
angular de la nueva edificación; unos
nuevos pastores: los Apóstoles, columnas
que sostienen la nueva Jerusalén; una
tarea: anunciar el reinado de Dios con
hechos y palabras: lo que se anuncia se va
realizando, hasta que llegue a su plenitud
cuando el Señor resucitado vuelva en su
gloria.
La
tarea es ardua. La mies es mucha. Cuantos
más estemos trabajando en el campo del
Señor, mejor. El Papa, los Obispos, los
presbíteros, los religiosos y religiosas
y todos los fieles laicos.
Si
bien en el texto que hemos proclamado hoy
Jesús dice que hay que comenzar por las
ovejas descarriadas de Israel, al final de
su Evangelio San Mateo nos trae el envío
de Jesús resucitado: "Id al mundo
entero..."
También
a nosotros nos ha pasado como al pueblo de
Israel, que, en algunos momentos, hemos
perdido la frescura y la fuerza de los
comienzos y nos hemos acomodado a nuestros
cultos, normas, leyes, costumbres y hemos
caído en la rutina.
San Juan
Pablo II, Benedicto XVI y ahora el Papa
Francisco, no dejan de
llamarnos, sobre todo a los cristianos de
la vieja Europa, a una nueva
evangelización.
La
Nueva Evangelización comienza por
nosotros, por recuperar la ilusión de ser
cristianos, seguidores de Jesucristo, por
hacer de su vida y su misión la nuestra,
por sentirnos misioneros, con nuestras
palabras y obras, en los ambientes en que
vivimos, que es la parcela de mies que el
Señor nos entrega.
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