REFLEXIONES  

 


 

REFLEXIÓN - 1

LAS OBRAS DE DIOS

Vivimos en una época en la que, para muchos, su gran Dios son las cosas materiales: lo que se mide, lo que se pesa, lo que se compra o lo que se vende.

Tener, consumir, pasárselo bien..., se ha convertido, para algunos, en lo más importante de su vida.

¿Y tú crees en Dios?, ¿es que lo has visto?. Algunas veces nos hemos encontrado con alguien que nos hace estas preguntas.

Y es que Dios no está de moda, no entra en los esquemas materialistas. Y, aunque algunos lo intentan, a Dios no se le compra ni se le vende. Él se regala en sus obras. Y ya se sabe el razonamiento: si se regala, es que vale poco.

Cuando los israelitas hacen su peregrinación al Sinaí, en el camino hacia la tierra prometida, allí les espera Yhavhé, el Dios que se definía, se manifestaba, a través de sus obras.

Quiere hacer un pacto con ellos; el Señor con los esclavos huidos de Egipto. Y lo primero que les dice: "Mirad lo que he hecho por vosotros".

Si aceptáis mis mandamientos, seréis mi propiedad ante todos los pueblos; es decir, vuestra conducta, vuestros comportamientos, será la mejor prueba de mi existencia como Dios que salva. El mensaje del evangelio es similar.

En la segunda lectura encontramos también el "mirad lo que he hecho por vosotros": "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros".

Y este es el mensaje que el cristiano debe dar al mundo con palabras y hechos: Dios es amor y debemos vivir en el amor; Dios nos ha perdonado, debemos perdonarnos unos a otros; Dios es un Dios que libera de la esclavitud, nosotros debemos esforzarnos para que en el mundo las personas sean libres, respetuosas, acogedoras... Nosotros somos signo de la existencia y de la presencia de Dios en el mundo.

Hoy también hay muchas personas que andan por la vida como ovejas sin pastor. Hoy también la mies es mucha y los obreros pocos. Y si, por una parte, hay que pedir al dueño de la mies que envíe obreros a su mies, los que ya lo somos, todos, sacerdotes, religiosos y religiosas y seglares, laicos, todos debemos trabajar la parte del campo que se nos ha confiado: a unos la comunidad cristiana, a otros el campo de su carisma religioso: la escuela, los hospitales, el servicio a los pobres, la oración; a los seglares, a los laicos, especialmente el campo de la familia, del mundo del trabajo, las organizaciones sociales y políticas, el campo de la educación...

Si cada uno cuidamos la parcela que el Señor nos ha asignado, su presencia será más comprendida, su salvación más acogida y habrá menos ovejas sin pastor.

La Eucaristía nos fortalece en nuestra vida cristiana para que, como aquellos apóstoles y discípulos, seamos signos y portadores del amor de Dios a los hombres.

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

ID Y PROCLAMAD

Muchos cristianos piensan estar viviendo su fe con responsabilidad porque se preocupan  de cumplir determinadas prácticas religiosas y tratan de ajustar su comportamiento a unas  normas morales y unas leyes eclesiásticas.

Asimismo, muchas comunidades cristianas piensan estar cumpliendo fielmente su misión  porque se afanan en ofrecer diversos servicios de catequesis y educación de la fe y se  esfuerzan por celebrar con dignidad el culto cristiano. ¿Es esto lo que Jesús quería poner en marcha al enviar a sus discípulos por el mundo?  ¿Es ésta la vida que quería infundir en medio de los hombres? 

Necesitamos escuchar de nuevo las palabras de Jesús para redescubrir la verdadera  misión de los creyentes en medio de esta sociedad. Así recoge el evangelista Mateo su  mandato: "Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad  muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis".

Nuestra primera tarea también hoy es proclamar que Dios está cerca del hombre,  empeñado en salvar la felicidad de la humanidad. Pero este anuncio de un Dios salvador no  se hace a través de discursos y palabras sugestivas. No se proclama por la radio ni se  difunde desde la pantalla del televisor. No se asegura sólo con catequesis ni clases de  religión.

Sólo hay una manera de proclamar a Dios: Trabajar gratuitamente por infundir a los  hombres nueva vida.

Curar enfermos, es decir, liberar a las personas de todo lo que las paraliza, les roba vida  y hace sufrir. Sanar el alma y el cuerpo de todos los que se sienten destruidos por el dolor y  angustiados por la dureza despiadada de la vida diaria.

Resucitar muertos, es decir, liberar a las personas de todo aquello que bloquea sus vidas  y mata su esperanza. Despertar de nuevo el amor a la vida, la confianza en Dios, la  voluntad de lucha y el deseo de libertad de tantos hombres y mujeres en los que la vida se  ha ido muriendo.

Limpiar leprosos, es decir, limpiar esta sociedad de tanta mentira, hipocresía y  convencionalismo. Ayudar a las gentes a vivir con más verdad, sencillez y honradez.

Arrojar demonios, es decir, liberar a las personas de tantos ídolos que nos esclavizan,  nos poseen y pervierten nuestra convivencia.

Allí donde se está liberando a las personas allí se está anunciando a Dios.

JOSE ANTONIO PAGOLA

(mercabá)

 

 

REFLEXIÓN - 3

NO EXISTEN LOS JUBILADOS 

«Cristo te necesita para amar...--No te importen las razas ni el color de la piel... ama a  todos como hermanos y haz el bien...».

Es una canción que cantan nuestras comunidades parroquiales. Y quiero subrayar su  estribillo --«Cristo te necesita para amar»-- porque viene a coincidir plenamente con lo que  dice Jesús en el evangelio de hoy: «La mies es mucha y los obreros, pocos. Rogad al Señor  de la mies para que envíe operarios...».

No deja de ser una paradoja. Por una parte, la más clara teología nos dice que Cristo nos  ha salvado a todos, que su muerte en la cruz ha liberado y redimido al hombre suficiente y  abundantemente. Incluso, que hubiera bastado, para nuestra salvación, cualquier acto de su  voluntad redentora. Pero también la teología nos dice --y lo remachó muy claramente contra  la doctrina protestante-- que esa salvación no se realiza sin nuestra cooperación, sino que  «nos necesita». En ese sentido San Pablo hablaba de «completar lo que falta a la pasión de  Cristo». San Agustín había advertido ya, hermosamente: «Dios que te creó sin ti, no te  salvará sin ti».

Me conmueve esta especie de menesterosidad de Dios. ¡Que todo un Dios, para mi  salvación y la de todos los hombres, esté pendiente de mi cooperación! ¡Que me pida que le  «eche una mano»! 

Un día dijo Jesús: «Como el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid, así  tampoco vosotros podéis hacer nada sin mí». ¡Es estremecedor! Porque resulta que ahora  nosotros podemos volver la oración por pasiva y decirle al Señor: «Tampoco Tú puedes  hacer nada sin nosotros: nos necesitas».

Pero no penséis, por favor, que todas estas cosas son devaneos literarios, «distinciones  de la razón razonante». No. Recordad la parábola de «los talentos» o la de «los invitados a  la viña». Y unidlas a esto de «la mies es mucha». Comprobaréis que el Señor nos está  diciendo a gritos que «nos necesita», que «a todas las horas del día nos está asignando la  tarea, que ha querido que nuestra personalidad de "uno", "dos" o "cinco" talentos se vaya  desarrollando precisamente en la construcción del Reino, que de ninguna manera quiere  que permanezcamos ociosos».

En una palabra: que, aunque Dios sea el Creador de todo, sin embargo ha querido contar  con nosotros para todo. Lo dijo desde el principio: «Creced, multiplicaos y someted la  tierra». Y del mismo modo Jesús, aunque sea el redentor de todos, nos ha dado parte en su  redención: «Id por todo el mundo y predicad a todos...».

A veces el hombre, en la vida, suele sufrir depresiones y traumas pensando que «ya no  cuentan con él» o que le ha llegado «la hora de la jubilación». Y se dice: «Ya no sirvo». Pues, no es así. En esta tarea del Reino, no existen los jubilados. La faena es inmensa y  requiere mucha mano de obra, todos los brazos son necesarios. Es más, esos que el mundo  considera «los débiles» --los enfermos, los abuelos, los minusválidos-- suelen ser los  elementos más valiosos. Porque Dios «esconde estas cosas a los sabios y entendidos y las  enseña a la gente sencilla». 

ELVIRA

(mercabá)