INTRODUCCIÓN 

 


 


 

 

INTRODUCCIÓN

 

EL BANQUETE DEL SEÑOR
Miguel Payá - Página franciscanos

Capítulo II
LOS INVITADOS
¡Dichosos los invitados a la cena del Señor!

1. ¿QUIÉNES ESTÁN INVITADOS?

b) Los discípulos de Jesús

Naturalmente, los invitados de forma directa y expresa a la Eucaristía somos aquellos que, por gracia de Dios, hemos hecho lo que Dios quiere de nosotros: «Lo que Dios espera de vosotros es que creáis en aquél que él ha enviado» (Jn 6,29). Como Pedro al final del discurso eucarístico, nosotros le decimos a Jesús: «Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras dan vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,68). Fuimos convocados y destinados a la Eucaristía desde nuestro Bautismo. En efecto, este primer sacramento, puerta de la vida nueva, nos regeneró como hijos de Dios, nos incorporó a Cristo, haciéndonos participar de su muerte y resurrección, y, por tanto, nos incorporó también a la Iglesia. Pero todo lo que en el Bautismo se nos dio de forma inicial, apuntaba a la plenitud que se nos da en la Eucaristía. El carácter que entonces recibimos como sello espiritual indeleble de nuestra pertenencia a Cristo, nos consagró para participar en la Eucaristía. Por eso, nuestra iniciación cristiana, que comenzó en el Bautismo, culminó con la primera participación en la Eucaristía. Y, desde entonces, somos convocados a ella todos los domingos para seguir desarrollando nuestra vida en Cristo.

En realidad, todo lo que hacemos como cristianos, parte de la Eucaristía y conduce hacia ella: ella es «fuente y cima de toda la vida cristiana» (Vaticano II, Lumen Gentium, 11). «Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua» (Vaticano II, Presbyterorum Ordinis, 5).

A cada celebración eucarística acudimos unos cristianos concretos, los que vivimos en el lugar o los que se unen circunstancialmente a nosotros. Pero los reunidos representamos a toda la Iglesia, que se une a nuestra celebración. Por eso nos acordamos siempre del Papa, de nuestro Obispo y de todos nuestros hermanos en la fe, que peregrinan por el universo mundo.

Más aún, a cada Eucaristía se unen no sólo los cristianos que están todavía aquí abajo, sino también los que están ya en la gloria del cielo. La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico en comunión con la santísima Virgen María, con los apóstoles, los mártires y todos los santos. Incluso nos unimos con los ángeles. Y es que, en realidad, «mientras nosotros celebramos el sacrificio del Cordero, nos unimos a la liturgia celestial... La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra» (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucaristía, 19). Y, por último, la Eucaristía es ofrecida también por los fieles difuntos que han muerto en Cristo y todavía no están plenamente purificados, para que puedan entrar en la luz y la paz de Cristo.