INTRODUCCIÓN 

 


 


 

 

INTRODUCCIÓN

 

EL BANQUETE DEL SEÑOR
Miguel Payá - Página franciscanos

Capítulo II
LOS INVITADOS
¡Dichosos los invitados a la cena del Señor!

2. LOS QUE NO ACUDEN

Como en la parábola del banquete, aquí sucede un gran misterio: muchos de los invitados no acuden, a pesar de las insistentes llamadas; más aún, parece que son mayoría los que se hacen los sordos. Estamos invitados todos los cristianos y la mayoría de los bautizados no acuden a la Eucaristía, o acuden muy pocas veces. ¿Por qué?

Unos porque no tienen tiempo: tienen que ver el campo que acaban de comprar, o probar la nueva yunta de bueyes, o disfrutar de la mujer con la que se acaban de casar (cf. Lc 14,18-20). Y hoy muchos quizás digan: «tengo mucho trabajo», «me he de ir al chalet», «nos vamos a esquiar», «tengo un compromiso social»... Es decir, tienen todo el tiempo ocupado... en lo que les interesa. Y este banquete no entra en sus intereses. Para que acudieran, tendrían que escuchar en su corazón un mensaje del mejor Amigo que tienen: «Andas inquieto y preocupado por muchas cosas, cuando en realidad una sola es necesaria» (cf. Lc 10,41-42). Pero, ¿cuándo serán capaces de escuchar este consejo de amigo que quiere liberarles de «las preocupaciones del mundo, la seducción del dinero y la codicia»? (Mc 4,19).

Otros porque no está de moda. Decía Jesús: «Al recibir el mensaje, lo reciben en seguida con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos; son inconstantes y en cuanto sobreviene una tribulación o persecución por causa del mensaje sucumben» (Mc 4,16-17). ¡Qué análisis tan penetrante del derrumbamiento actual del cristianismo sociológico! Una fe heredada y poco personalizada servía cuando vivíamos en una sociedad cristiana. Pero cuando la cultura general juega en contra, los amigos se me ríen e incluso arriesgo alguna relación que me interesa, cuando ir a Misa es una rareza social, ¿qué queda de aquella fe inmadura? Haría falta una fe más formada y personal, capaz de luchar contra corriente.

Hoy pueden haber también muchos a los que, en realidad, no les ha llegado la invitación, al menos de una forma suficiente. Están bautizados, recibieron la catequesis de infancia y la Primera Comunión, pero después todo ha quedado en un puro recuerdo de infancia. Ni la familia, ni la escuela, ni la parroquia, ni el ambiente social han conseguido cultivar aquella primera semilla, que ha quedado enterrada bajo las preocupaciones y los nuevos planteamientos del adulto. Haría falta comenzar desde cero, ofrecerles una nueva evangelización.

No faltarán tampoco los que no acudan por un ansia de autonomía individual. ¡Ya está bien de leyes y de imposiciones! Las estructuras, incluso las eclesiales, me ahogan. Quiero ser yo mismo; para vivir la religión no necesito someterme a ninguna norma ni juntarme con nadie. Y, claro, comienzo por querer ser cristiano a mi manera, y acabo no siéndolo de ninguna. ¿Cómo se les podría explicar y transmitir a éstos que la comunidad no es un atentado contra la persona, sino su defensa y la posibilidad de su crecimiento? ¿Qué el cristianismo no es una religión de ley, sino de libertad y de comunión?

Por último, siempre queda otra motivación misteriosa, pero real: el dominio del mal: «aquellos en quienes se siembra el mensaje, pero en cuanto lo oyen viene Satanás y les quita el mensaje sembrado en ellos» (Mc 4,15). Ahora bien, como a Satanás no le es permitido suprimir nuestra libertad, lo que aquí ocurre es que hemos decidido libremente en contra del mensaje y, como consecuencia, se nos ha privado de la capacidad de entenderlo y vivirlo. ¡Nos hemos ganado a pulso la pérdida de la fe por no haber sido coherentes con ella! Entonces, la única esperanza es que la paciencia proverbial del sembrador vuelva a pasar por nuestra vida.