REFLEXIONES  

 


 

REFLEXIÓN - 1

SEMBRADORES

Qué bella estampa la de los grandes campos de trigo en los que la lluvia temprana y tardía han hecho germinar y madurar las semillas. La belleza de los verdes en primavera y los amarillos en la época de la siega.

Cuántas veces Jesús veía a los sembradores de Galilea, tierra fértil, echando las semillas a voleo y cayendo la semilla en todo tipo de terrenos: en el camino, entre piedras y zarzas, en tierra buena.

Tomando Jesús estas imágenes de la vida del campo, Jesús comparó la palabra de Dios con la semilla que echa el sembrador y el fruto que produce la semilla según el terreno en la que cae.

Generalmente cuando reflexionamos esta parábola pensamos en la semilla que recibimos y en la clase de terreno que somos.

Pocas veces nos hemos puesto en el lugar del sembrador. Siempre hemos pensado que los sembradores son otros y que nosotros sólo somos terreno. Pongámonos en la parte de los sembradores.

Jesús es el primer sembrador; y no sólo el sembrador, él es también la semilla, pues la Palabra de Dios encarnada.

Por el Bautismo hemos sido asociados a él y a su misión. Por lo tanto, todos somos sembradores de la palabra de Dios.

Una tentación: llevar la semilla de la palabra de Dios sólo a los buenos terrenos, para que no se pierda.

No; la palabra de Dios, por medio de una buena palabra, de un buen consejo, de una amonestación, de un buen ejemplo, hemos de sembrarla en todas partes: en la casa, en el trabajo, en medio de vecinos y amigos... aunque nos parezca que no sirve para nada,, aunque creamos que son terrenos malos.

Echemos buenas semillas a voleo, caigan donde caigan. . Sólo el Señor sabe el terreno en el que ha caído, cuándo germinará y dará fruto; tal vez en el momento más inesperado y cuando nadie se acordaba de la semilla.

Echemos semillas, muchas semillas de buenas palabras y buenas obras. eso es lo que nos pide el Señor. a nosotros se nos pide sembrar, no que las semillas germinen y den fruto

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

LA SIEMBRA DE LA PALABRA

1. Después de exponer Mateo la justicia del reino de Dios (caps. 5-7) y la proclamación de este reino al mundo (cap. 10), trata ahora el evangelista de exponer, en un tercer momento, el misterio del reino (cap. 13), aparentemente desprovisto de grandeza y de poder, cuyo crecimiento es lento y profundo y cuyo final será espléndido. Los de «fuera» (fariseos) no entienden la naturaleza del reino; tampoco lo entienden las multitudes; es necesario que lo comprendan los discípulos. El secreto de las parábolas es el secreto de la actividad y la persona de Jesús.

2. La parábola de este domingo nos habla de un sembrador y de la semilla que siembra; de los cuatro tipos de terreno en los que cae la semilla y de los resultados obtenidos. Los tres fracasos cosechados son debidos a un factor de destrucción en la sementera: pájaros, sol, espinas... Frente a una buena cosecha, hay pérdidas considerables. Con todo, la espléndida cosecha final deberá animar a los discípulos. Los cuatro tipos de terreno son otras tantas disposiciones o actitudes de egoísmo cerrado, entusiasmo superficial, obsesión por uno mismo y apertura al prójimo.

3. Con el reino ocurrirá lo mismo: se pretenderá ahogarlo antes de su plena realización final. Discípulos son los que acogen a Jesús y al reino; son las personas sencillas a las que Dios ha revelado el misterio del reino. No entienden, en cambio, los que tienen embotado el corazón y cerrados los ojos y oídos. Al aplicar esta parábola a la Iglesia, se pone el acento en la siembra de la semilla, en la evangelización. Mejor dicho, en la responsabilidad de los que comprenden la parábola del reino. Se comprende su sentido cuando se le da vida.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Con qué tipo de terreno nos identificamos al recibir la palabra de Dios? ¿Somos sembradores de esta palabra?

CASIANO FLORISTAN

 

 

REFLEXIÓN - 3

CAMPO CULTIVADO, SEMILLA FÉRTIL

El libro del profeta Isaías se divide en tres parte: la primera la podemos llamar el libro de la denuncia; la segunda el libro del anuncio y la tercera la consolación. El texto que hoy leemos pertenece a esta última sección del libro y nos da ya una pista para la interpretación del pasaje. Isaías III nos presenta una comparación que subraya el papel fundamental de la palabra de Dios para que se verifique la eficacia de su obra o acción. La palabra de Dios es entonces la lluvia que hace fecundos incluso los terrenos más áridos y duros. Se describe todo el ciclo completo del agua, desde su precipitación como gotas en las nubes, pasando por su acción benéfica en el terreno cultivado, hasta su retorno al cielo, lista para emprender de nuevo su cometido. De igual forma la palabra de Dios, que parte rauda de la boca de Dios, hace fértil el campo cultivado y realiza el cometido para el que fue enviada.

Esta comparación nos ayuda a comprender que la palabra que Dios nos comunica no gira en el vacío, sino que se dirige a los ‘terrenos cultivados’, o sea , a todas las personas que con devoción y cariño preparan su mente y sus afectos para que sea eficaz la palabra que ellos reciben de Dios por medio de los profetas. De este modo la comparación resalta dos elementos muy importantes: la palabra se dirige a los ‘terrenos cultivados’ donde la semilla ya reposa y la palabra retorna a su fuente de origen.

El evangelio de Mateo complementa esta imagen tan poderosa y sugestiva con la ‘parábola del sembrador’. En esta parábola los elementos decisivos son la excelente calidad de la semilla y la disposición del terreno. El sembrador lanza una semilla de excelente calidad y lo hace con la generosidad y esperanza de quien ama su campo de cultivo. No ahorra esfuerzo ni semillas; las coloca incluso en lugares en donde no cabría esperar ningún resultado ya que su interés no es conservar sino esperar que esa semilla haga fructificar todos los sectores de su parcela. El otro elemento decisivo, el terreno, responde de diferente manera según la ‘calidad’ de la tierra. La buena disposición de cada pedazo de la parcela constituye el factor desicivo para el éxito de la empresa. La semilla es buena, pero no siempre el terreno que responde de manera desigual.

(koinonía)