INTRODUCCIÓN

EL BANQUETE DEL
SEÑOR
Miguel Payá -
Página franciscanos
Capítulo II
LOS INVITADOS
¡Dichosos los invitados a la cena del
Señor!
4. ENTONCES, ¿CÓMO HAY QUE ACUDIR?
Ante todo hay que decir que las actitudes
adecuadas para poder celebrar la Eucaristía que instituyó
Jesús, no nos las inventamos nosotros. El Espíritu que
enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo (cf.
Jn 14,26), es también quien le instruye en este punto. Él
nos enseña a acercarnos al misterio de la donación de Dios
con unas actitudes que, expresando los sentimientos más
profundos del corazón humano, coinciden con las actitudes
religiosas del pueblo de Israel que vemos en la Biblia, con
las del mismo Jesús y con las de su Iglesia. En una palabra,
el Espíritu nos lleva a acercarnos a la Eucaristía desde
Jesús, como Jesús y con Jesús, es decir, como cristianos.
¿Cuáles son las actitudes que nos inspira el Espíritu? (cf. Catecismo
de la Iglesia Católica, 2626-2643).
1.ª El
primer movimiento que suscita el Espíritu ante la Eucaristía
es la petición humilde de perdón y el deseo de conversión.
Ante todo, siempre que nos acerquemos a la
Eucaristía hemos de recordar aquellas palabras del Apóstol:
«Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la
copa» (1 Cor 11,28): no podemos sentarnos a esta sagrada
Mesa con la conciencia manchada; sería contradecir la
esencia misma de la comunión que vamos a vivir. Por eso, si
un cristiano tiene conciencia de estar en pecado grave debe
recibir el sacramento de la Reconciliación, antes de
acercarse a comulgar (cf. Catecismo de la Iglesia
Católica, 1385). Pero es que, además, siempre que nos
acercamos a recibir el Cuerpo de Cristo «entregado por
nosotros» y su Sangre «derramada por nuestros pecados», nos
sentimos indignos y necesitados de perdón. Como el publicano
imploramos: «Ten compasión de mí que soy un pecador» (Lc
18,3). Como el hijo pródigo reconocemos: «No merezco
llamarme hijo tuyo» (Lc 15,21). Y con el centurión
afirmamos: «Yo no soy digno de que entres en mi casa» (Mt
8,8). Y esto necesitamos hacerlo desde el principio de la
celebración, para situarnos ante Dios desde nuestra
verdadera realidad. Más aún, la Iglesia nos pide un pequeño
gesto de conversión y de humildad antes de acudir a la
celebración: ese es el significado del pequeño ayuno de una
hora, a que se ha reducido el ayuno mucho más importante que
se imperaba antes de la reforma litúrgica.