EL
DIOS TOLERANTE
¿Porqué
Dios permite el mal? ¿No podría aniquilar a los malos
y que únicamente vivieran los buenos?
Cuántas
veces hemos escuchado estas preguntas?
Y
es que, con frecuencia, el ser humano obra de esa
manera. Como botón de muestra, lo extremismos y
fundamentalismos, capaces de aniquilarse a sí mismos
con el fin de aniquilar a los que consideran enemigos.
Quizás
estos sean un caso extremo, pero la intolerancia en la
convivencia está muy extendida. Todos, en un momento o
en otro, somos intolerantes.
Tendemos
siempre a dividir: buenos y malos, los que piensan como
nosotros y los que no, los que tienen fe y los ateos,
los de derechas y los de izquierdas, los nacionales y
los extranjeros, los de aquí y los inmigrantes, los
"purasangre" y los advenedizos, etc., etc., la
letanía podría ser interminable.
Y
no pasaría nada, al revés, nos enriqueceríamos si las
diferencias fueran acogidas y respetadas, si fuéramos
capaces de escuchar y dialogar, de caminar juntos.
Pero
no; pronto etiquetamos: trigo y cizaña. Nosotros somos
el trigo y los que son diferentes la cizaña; y
quisiéramos arrancar la cizaña y que quedara sólo el
trigo, es decir, nosotros.
Dios
nos enseña que ese no es el camino; que crecerán
juntos el trigo y la cizaña hasta la siega, el día
final, y entonces se separará trigo y cizaña.
Mientras
tanto hay que esperar, pues ni todo lo que creemos que
es trigo lo es, ni todo lo que creemos que es cizaña la
es. Y si, por una parte, debemos denunciar la presencia
de la cizaña, lo que está mal, y defender el trigo, lo
que está bien, por otra parte siempre debemos respetar
a las personas, que pueden cambiar y arrepentirse.
El
Señor no aniquila a "los malos". Ejerce su
autoridad y poder con el perdón, juzga con moderación
y gobierna con indulgencia y siempre acoge al que se
arrepiente.
Debemos
aprender de la tolerancia de Dios. Hemos de imitarle.
La
Eucaristía es fuerza para recorrer este camino.