INTRODUCCIÓN

EL BANQUETE DEL
SEÑOR
Miguel Payá -
Página franciscanos
Capítulo II
LOS INVITADOS
¡Dichosos los invitados a la cena del
Señor!
4. ENTONCES, ¿CÓMO HAY QUE ACUDIR?
2.ª En
segundo lugar, el Espíritu, «Maestro interior», crea en
nosotros disponibilidad para la
escucha de una palabra que no es la nuestra sino
la que él mismo ha inspirado: la palabra de Dios que nos
descubre su plan sobre nosotros; y, sobre todo, la Palabra
que es Cristo mismo, verdadera referencia a la que debemos
acomodar nuestra vida. Él comienza abriendo nuestro espíritu
para acogerla con total obediencia, para que podamos decir:
«Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 Sm 3,10). Pero,
además, nos ayuda a tomar la decisión de conformar nuestra
vida a sus exigencias, como María: «Hágase en mí según tu
palabra» (Lc 1,38).
3.ª Otra
actitud, que resulta tan central en la Eucaristía que hasta
decide su nombre, es la
de adoración, alabanza y acción de gracias. Si la
petición de perdón expresaba nuestra propia realidad, ésta
pone de manifiesto lo que Dios es y hace por nosotros. La
adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce
criatura ante su Creador, el silencio respetuoso en
presencia del Dios «siempre mayor». Y este reconocimiento
interno necesita manifestarse en la alabanza, que es
proclamación de lo que Dios es, y en la acción de gracias,
que le agradece lo que ha hecho y sigue haciendo por
nosotros. Jesús instituyó la Eucaristía dentro de una gran
plegaria de acción de gracias. Y la Iglesia sigue
celebrándola igual: la gran Plegaria Eucarística, desde el
inicio solemne del Prefacio hasta su doxología final, es
toda ella un gran himno de bendición, que conjuga la
adoración, la alabanza y la acción de gracias. No podía ser
de otro modo, ya que la Eucaristía celebra el mayor don que
Dios ha hecho al hombre: el don de sí mismo.