"FE - MIEDO"
"Los discípulos, viéndole
andar sobre el agua se asustaron y gritaron de miedo,
pensando que era un fantasma".
El miedo forma parte de la
vida del hombre... a nivel íntimo, personal, familiar,
profesional, económico, político, de salud... Y, muy
claramente, este tiempo que nos toca vivir -como todo
tiempo- está marcado profundamente por incertidumbres y
riesgos concretos. No es necesario enumerarlos, porque
forman parte, de un modo u otro y con más o menos
intensidad, del miedo y de las angustias de todos y de
cada uno de nosotros.
Y la realidad es que,
humanamente hablando, la fe no nos ahorra nada, no nos
libera de ninguna incertidumbre, ni de ninguna
inseguridad, ni de ningún riesgo. Nosotros, creyentes,
nos hallamos a la intemperie, al raso, como todo el
mundo. A merced de lo que pueda suceder. ¡Y vete a saber
qué puede suceder!... Bajo el peligro de los vendavales
impetuosos e imprevistos, nosotros como todos los
demás... Los apóstoles, como toda la gente sencilla de
aquel tiempo creían en fantasmas. ¿Solamente la gente de
aquel tiempo, podríamos preguntarnos? Y los fantasmas
preferían las horas nocturnas para aparecer. Por eso se
asustaron y ¡gritaron de miedo! Como nosotros, muchas
veces nos asustamos y gritamos de miedo, aunque
procuramos que nuestro grito sea lo más discreto
posible. Y es que los fantasmas existen, aunque con mil
caras distintas...
"¡Animo, soy yo, no
tengáis miedo!" Que la fe no nos libera de nada, como
decíamos, no es del todo verdad. Nos quiere liberar
precisamente del miedo. Jesús anda sobre el agua y no se
hunde. E invita a ir con él a todos nosotros. Y -Pedro y
nosotros-, hay momentos en los que nos aguantamos
bastante bien en el agua y, otros momentos, en los que
nos hundimos... porque la fe, que está por encima de
toda confianza, nunca nos empapa del todo; no nos llega
hasta el último repliegue de la vida. Y, por eso,
dudamos...
Por tanto, el "¡ánimo, soy
yo, no tengáis miedo!" pertenece al mensaje esencial de
Jesús. Es la perenne promesa que fue realidad aquella
noche para los discípulos en la barca, y quiere ser
realidad para nosotros, nos hallemos en la situación que
sea, en cualesquiera de nuestras noches. Tanto la
Iglesia, como cada uno de nosotros, andamos seguros
cuando fijamos la mirada en Jesús; pero cuando nos
fijamos sólo en nosotros mismos, a la más ligera
ventisca, temblamos...
"En seguida Jesús extendió
la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe!" Jesús, una
vez más, educa a Pedro y a sus compañeros, que son
hombres de mar, a saberse enfrentar, con valentía, con
sus tempestades. Profecía, también, de todas las otras
tempestades que les esperan y nos esperan.
Cuando el evangelista
escribe este texto, la barca, que es símbolo de la
Iglesia, ya es combatida: desde fuera, por la
persecución y, desde dentro, por el cansancio, la
desconfianza, el miedo... Y, por tanto, urgía a la
primitiva comunidad recordar este hecho, como a menudo
nos urge a nosotros recordarlo.
Recordar que, sin Jesús,
la barca se hunde; pero él está en ella, invitándonos
como siempre a avanzar mar adentro, porque solamente en
la medida que arriesguemos algo en nuestra vida podremos
decir que tenemos fe.
Cada Eucaristía es un
momento privilegiado para sentir la voz de Jesús que nos
dice como a Pedro: "Ven", y también, para decirle,
juntos, como los discípulos postrados en la barca:
"Realmente eres el Hijo de Dios".
P. VIVO