INTRODUCCIÓN 

 


 


 

 

INTRODUCCIÓN

 

EL BANQUETE DEL SEÑOR
Miguel Payá - Página franciscanos

Capítulo III
LA PREPARACIÓN
Le reconocieron al partir el pan

a) La ofrenda de Abel

«Mira con bondad esta ofrenda y acéptala como aceptaste los dones del justo Abel», reza la Plegaria Eucarística I. Se hace aquí referencia a la primera ofrenda, según la Biblia, que un hombre hace a Dios y que Dios acepta. Los dos primeros hermanos, Caín y Abel, ofrecen al Señor algo de lo que tienen; pero el Señor «se fijó en Abel y su ofrenda, más que en Caín y la suya» (Gén 4,4-5). Y esta diferencia será precisamente la causa de la muerte de Abel, asesinado por su hermano. La Carta a los Hebreos comenta así este pasaje: «Por la fe, ofreció Abel a Dios un sacrificio mejor que el de Caín, por ello fue declarado justo, con la aprobación de Dios a sus ofrendas; por ello, aunque muerto, sigue hablando» (Hb 11,4). Y la misma Carta relacionará después la sangre de Abel con la de Jesús: «...Jesús, el mediador de la nueva alianza, que nos ha rociado con una sangre que habla más elocuentemente que la de Abel» (Hb 12,24). Es evidente que la alusión a Abel en la Eucaristía quiere destacar dos cosas. Primero, que nuestra ofrenda sólo será aceptable a Dios si la hacemos con fe. Y, en segundo lugar, recordando que lo que Abel ofreció en realidad fue su propia vida, tomamos conciencia de que Jesús nos redimió al precio de su propia sangre.

b) El sacrificio de Abrahán

Un día Dios le pidió al primer creyente que, como prueba de su fe y confianza en él, le sacrificara al único hijo que tenía. Abrahán no dudó en ofrecer a Isaac, pero Dios, al comprobar su decisión, no dejó que se consumara el sacrificio y le presentó un cordero, para que lo matara en vez de su hijo (cf. Gén 22). El recuerdo del célebre sacrificio del patriarca planea también sobre la Eucaristía por varias razones. Ante todo, como ejemplo de nuestra fe, es decir, de nuestra entrega total y libre a Dios, uniéndonos a la ofrenda total de Cristo. Pero es que, además, Dios, en el caso de Jesús, llegó al extremo que no quiso permitir a Abrahán: «No perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (Rm 8,32). Y por eso en la Eucaristía recordamos y celebramos que «tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único» (Jn 3,16). Y una última sugerencia nos la ofrece también la Carta a los Hebreos al comentar que Abrahán, al ofrecer a Isaac, «pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos y por eso recobró a Isaac como figura del futuro» (Hb 11,19). Así, el sacrificio de Abrahán es también figura de la resurrección de Cristo que celebramos en la Eucaristía.