"SI
TU HERMANO PECA..."
La
vida es una peregrinación, una marcha, para unos, hacia
la muerte, los que no creen en el "más
allá", para nosotros, hacia la Vida con
mayúscula.
Y
a la espalda, la mochila, lo que somos y tenemos,
nuestras virtudes y nuestros defectos. Delante, sujeto a
la cintura, un pequeño bolso donde guardamos lo de más
valor.
Pendientes
del pequeño bolso donde están las cosas que
consideramos importantes, no pensamos que detrás, en la
mochila, están nuestras "ropas sucias".
Al
que va delante de nosotros, sólo le vemos la mochila y
las "ropas sucias"
Pero
el que va detrás de nosotros no ve más que nuestra
mochila y nuestras "ropas sucias".
Todos
vamos por la vida cargados con nuestros defectos y
nuestros pecados, también con nuestras virtudes, y con
frecuencia los ven más los demás que nosotros mismos.
Qué
pocas veces, cuando vemos la "ropa sucia" en
la mochila del hermano, intentamos ayudarle para que la
lave; las más de las veces nos quedamos en juicios y
críticas.
La
Palabra de Dios de hoy nos habla de la corrección
fraterna, principalmente en la comunidad cristiana.
Si
vemos los fallos, los pecados del hermano, debemos
hacérselo saber para que se corrija, para que se
convierta y viva.
Decía
el profeta Ezequiel en la primera lectura que, si viendo
al hermano en el camino del mal, no hacemos nada para
que rectifique, se nos pedirá cuentas.
Pero
la corrección siempre debe ser con respeto a la
dignidad del pecador. Primero, hacerlo en secreto, sin
que nadie se entere, después, si no te ha escuchado la
primera vez, con algún testigo, finalmente, si no hace
caso a nadie, que sea la comunidad la que le advierta.
Si tampoco hace caso a la comunidad, dejadlo, no quiere
saber nada, se ha salido de la comunión, se ha
ex-comulgado.
Para
ejercer este servicio de la corrección y el perdón,
Cristo ha dado a su Iglesia el poder de atar y desatar.
Y este servicio es tan delicado, que debe ejercerse en
un clima de oración, así se asegura la presencia del
Señor.
Como
decía San Pablo, sólo desde el amor al prójimo
actuaremos como Dios quiere.
La Eucaristía, signo de amor y reconciliación, nos de
fuerza necesaria para amar a los demás de tal manera que
podamos ejercer, cuando sea necesario, la corrección
fraterna.