INTRODUCCIÓN

EL BANQUETE DEL
SEŃOR
Miguel Payá -
Página franciscanos
Capítulo III
LA PREPARACIÓN
Le reconocieron al partir el pan
2. EL ANUNCIO DE LA
EUCARISTÍA EN LA VIDA DE JESÚS
d) Jesús, pan de vida
Después de la primera multiplicación de los
panes, según el Evangelio de san Juan, Jesús pronunció un
célebre discurso en la sinagoga de Cafarnaún. En realidad
son dos discursos, aunque estén unidos: uno sobre el pan de
vida (cf. Jn 6,23-51) y otro sobre el pan eucarístico (cf.
Jn 6,52-58).
En el primero, Jesús intenta convencer a los
oyentes para que, además de buscar el alimento que sostiene
nuestra existencia terrena (el pan material que acaban de
comer), aspiren a otro alimento que da el Autor de la vida,
el que da la vida eterna. El que da ese alimento es el
Padre: «Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo».
Y ese pan es Jesús mismo: «Yo soy el pan de vida». Pero este
alimento exige ser aceptado de forma personal por la fe: «Lo
que Dios espera de vosotros es que creáis en aquel que él ha
enviado». Una fe, por cierto, que nos es regalada: «Nadie
puede aceptarme, si el Padre que me envió no se lo concede».
Jesús concluye este primer discurso con esta sentencia
solemne: «Os aseguro que el que cree, tiene vida eterna».
En el segundo discurso, ya no se trata de
creer, esto era solamente una condición previa necesaria,
sino de comer y beber la carne y la sangre del Hijo del
hombre. Jesús, ante el asombro de sus oyentes, subraya que
no se trata solamente de una expresión simbólica, sino de
una verdadera comida, de una comida real: «Mi carne es
verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Además,
Jesús explica los efectos que produce este alimento
inaudito; son dos. Primero, una compenetración misteriosa,
una inmanencia mutua entre Jesús y quien lo come: «El que
come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él». Y el
segundo, la inmortalidad: «el que coma de este pan vivirá
para siempre».
Nos encontramos ante el texto evangélico que
explica con mayor profundidad el misterio de la Eucaristía.
Los dones sacramentales del pan y del vino son el medio para
lograr la unión personal con Cristo, muerto y resucitado,
que es la única manera de conseguir la salvación definitiva.
Y esta unión sólo es eficaz y se realiza cuando se cumple la
exigencia única y decisiva impuesta al hombre, la fe en el
Revelador, enviado por Dios y portador de la salvación.