PRESENTACIÓN
En el capítulo
segundo de la carta de san Pablo a los Tesalonicenses, éste
les recuerda los padecimientos sufridos en Filipos y su
ministerio en Tesalónica, no exento de dificultades pero,
como dice, "confiados en nuestro Dios, tuvimos la
valentía de predicaros el Evangelio de Dios".
Se ha presentado ante
ellos con toda sinceridad, como portador de la verdad y
queriendo agradar, no a los hombres, sino a Dios.
La autoridad sobre la
comunidad no fue imposición sino amabilidad, "como una
madre cuida con cariño de sus hijos".
Así, pues, en la
carta, utiliza, para expresar la relación con ellos, un
lenguaje lleno de ternura.
El amor de Pablo a los
tesalonicenses se ha hecho entrega total, tanto del
Evangelio, que es su misión, cuanto de sí mismo.
No ha querido ser
gravoso a la comunidad y ha compaginado el trabajo y la
predicación.
También su
comportamiento ha acompañado a su predicación: se ha
comportado "santa, justa e irreprochablemente".
Y porque ha ejercido de
buen padre para cada uno, de forma que viviesen de una
manera digna de Dios, da gracias porque, a pesar de las
dificultades y persecuciones de sus conciudadanos, la
Iglesia de Tesalónica tiene una fe tan viva como las
comunidades de Judea, que también han sido fuertemente
perseguidas.
TESALONICENSES
2,
7b-9. 13
Hermanos:
Os tratamos con
delicadeza, como una madre cuida de sus hijos.
Os teníamos tanto cariño que deseábamos
entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino
hasta nuestras propias personas, porque os
habíais ganado nuestro amor.
Recordad si no, hermanos,
nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y
noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos
entre vosotros el Evangelio de Dios.
También, por nuestra
parte, no cesamos de dar gracias a Dios, porque
al recibir la palabra de Dios, que os
predicamos, la acogisteis no como palabra de
hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de
Dios, que permanece operante en vosotros los
creyentes.
Palabra
de Dios
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